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Herrera y la libertad

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TOMÁS TEIJEIRO
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La historia del Partido Nacional está marcada por la impronta de grandes hombres. Huella que indeleble impregna los anales de la patria.

En esa peripecia que a través del tiempo discurre, el legado de muchos correligionarios ha aportado al devenir nacional episodios de gran significación, cuando no fundamentales para tantas cosas que hoy disfrutamos.

Nuestro fundador hizo de la consigna “Defensores de las Leyes” un mantra premonitorio de la que sería una de las principales razones de ser de nuestra colectividad con hondo arraigo liberal. Aparicio Saravia con su entrega, dio vida al proceso que con el tiempo cuajaría en una democracia verdaderamente plena. Luis Alberto de Herrera, Jefe Civil del Partido Nacional, conformó las bases definitivas que serían el cimiento y columna vertebral del pensamiento nacionalista en los siglos veinte y veintiuno.

Y en este punto quiero ser bien preciso, porque a toro pasado, está claro que la figura del doctor Herrera trasciende al Herrerismo con su influencia político intelectual, impregnando a todo nuestro panorama partidario, y también más allá del mismo. Esto es así, porque jamás el pensamiento de los grandes hombres queda únicamente ceñido a las fronteras de sus más fieles seguidores. Siempre, y diría que sin excepciones cuanto más rica y fermental es la obra, esta termina también germinando de formas sorprendentes en lugares variopintos.

Así pasa con el pensamiento de Herrera, que sólidamente basado en ese ideario democrático liberal de nuestros antiguos próceres se vuelve perenne guía de las nuevas generaciones, precisamente porque el mismo al estar cargado de valores esenciales es atemporal y no caduca.

La brillante inteligencia y el gran carisma de Wilson, con sus obvios matices y varias diferencias, también abrevaban en muchos de los conceptos que Herrera nos dejó como marco intelectual para un partido que sobre todas las cosas late por la libertad y por lo mejor para el país sin medir precios. La juventud nacionalista esta viviendo un momento muy especial. Creo no haber visto nunca tanta efervescencia, tanto ánimo, energía, trabajo, pienso, espíritu crítico, talante constructivo, compañerismo entre diversos orígenes, y ganas de ir para adelante juntos de tantos jóvenes blancos como se aprecia en la actualidad. Es sin duda un síntoma de la fuerte unidad que hoy felizmente nos aglutina, y que debemos cuidar por sobre todas las cosas.

La Juventud del Partido Nacional, las agrupaciones juveniles de los diferentes sectores, de las distintas listas, y los colectivos como la Juventud Blanca por la Libertad, el Frente Nacionalista Carlos Quijano, y la Unión de Jóvenes Herreristas, entre otros, dan nuevos bríos a nuestra colectividad, y nos hacen ver el futuro con esperanza. Mucho más, cuando vemos que estas juventudes no razonan la política dogmáticamente, no compran la falsedad del determinismo histórico, no se dejan embaucar por posverdades, y no se comen la pastilla del posmodernismo ni de las agendas enlatadas, sino que dudan, interpelan a propios y ajenos, piensan con independencia, y así nos dan vivo ejemplo de cómo el pensamiento de Herrera está hoy más vigente que nunca.

Esto se potencia precisamente en la diversidad que ellos mismos encarnan. Trato de conversar cuanto puedo con ellos, y sin importar el tema, la postura, o la visión que tengan las distintas personas y colectivos, siempre encuentro esa impronta de Herrera: el sentido de lo posible y lo justo, la realidad nacional como materia prima, y la firme convicción de que primero está nuestra patria, la propia, esta misma sobre la que todos los días nos paramos.

Y eso en definitiva es el gran legado de nuestro Jefe Civil. Habernos dejado esa herencia cargada de valores donde la dignidad de la persona, el respeto de la individualidad, y sobre todo la ponderación de la libertad como escenario donde los hombres pueden vivir con cierta plenitud, son cimientos para construir mucho futuro. Porque si los jóvenes no sintieran, o no disfrutaran de esa libertad verdadera para expresarse que les da el Partido Nacional, fácilmente seguirían los cantos de sirena de tantos que dicen A y hacen B, o que miran para afuera con la intención de importar soluciones a los problemas coyuntura sin mirar nuestros propios intereses.

Herrera enseñaba libertad cuando nos alertaba sobre los peligros “del auxilio de las tentaciones dogmáticas”, cuando daba una lección suprema de iusnaturalismo al decir “Se debe pues, figurarse a la nación, antes de redactar la Constitución”. Vaya profundidad filosófica en estas dos sentencias que contienen por una parte precisamente el alma del pensamiento crítico y pragmático que permea toda la acción de nuestro partido, y por otra el entronque del mismo con los valores eternos que surgen primero de lo que verdaderamente somos y de cómo fuimos creados como individuos y como colectividad, para plasmarse solo por último en forma positiva en nuestro cuerpo normativo más importante.

Nos advierte en otra frase cargada de rebeldía, sobre los riesgos de “dar al propio temperamento el molde de las ideas elegidas, a capricho, para gobernarlo” -ideas foráneas por cierto- aviso que como se aprecia desde las trincheras de la lucha contra esta pandemia en la que nos vemos inmersos, posee una vigencia absoluta que nos obliga también hoy a pensar con independencia de modas y foros.

Remata diciendo “Como la vida será siempre más poderosa que los convencionalismos arbitrarios empeñados en sofocarla, el temperamento ha estallado sus vigores por todas las junturas de la oprimente coraza”. “Al sofisma extranjero pedimos el remedio que debió dar el empirismo local.” “Porque el enamoramiento doctrinario, tiránico en todos los espíritus, no permitía prestar acatamiento a las preciosas enseñanzas prácticas del medio en que se desarrollaba nuestro drama.” “Bajar la vista de las nubes y fijarla en el suelo que se pisaba, para evitarle al pie el contacto de guijarros y espinas, hubiera importado apostasía.”

Como bien señalaba Luis Alberto de Herrera, a veces, resistirse a los dogmas, pensar en forma independiente, y ponderar la libertad por sobre todas las cosas, para algunos, podría ser incomprensible. Hoy está claro que para la mayoría no.

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