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Susana y Cristina

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En este mes lamentamos la partida de dos admirables actrices uruguayas: el día 10 nos dejó Susana Castro y el viernes pasado, Cristina Morán. La cualidad de pioneras cabe a ambas: Susana lo fue de La Máscara y el Circular, emblemas del teatro independiente nacional, y Cristina, nada menos que de la televisión uruguaya. También merecen las dos el reconocimiento a una maestría interpretativa que los artistas teatrales supimos disfrutar y admirar.

Había en Susana Castro un magnetismo único que provenía de su naturalidad expresiva -esa credibilidad que tienen muy pocos intérpretes, de hacernos olvidar que estamos presenciando un artificio- sumada a un intenso compromiso emocional con los personajes. Elijo unos pocos ejemplos de grandeza que jalonaron su carrera: las versiones de “Las tres hermanas” y “El jardín de los cerezos” que estrenó el Circular en los años 60 bajo la dirección de Omar Grasso, o la memorable “Esperando la carroza” de Jacobo Langsner, que dirigió Jorge Curi con el mismo grupo.

Lo mismo puedo decir de Cristina Morán, a quien tuve el privilegio de dirigir en alguna oportunidad, deslumbrándome con sus dotes naturales para la comedia, una chispa sin duda misteriosa que la hacía arrancar carcajadas con una simple frase o una mirada sutil.

Susana y Cristina simbolizan en cierta forma el talento y rigor profesional de una generación de artistas que legó a la cultura uruguaya eso que la distingue en el mundo.

Como China Zorrilla y Taco Larreta, como Roberto Jones y Estela Medina, son el testimonio perenne de un Uruguay culto que ninguna avanzada de la mediocridad ha podido ni podrá derrotar.

Conservo una anécdota que me contó Cristina en algún ensayo, que suelo referir cada vez que me pego contra la desvalorización del lenguaje en los medios de comunicación.

Eran los tiempos de canal 10 trasmitiendo desde sus legendarios “galpones”. Cristina y “Raulito” Fontaina conducían un programa en vivo, que era la única manera de producir televisión antes de la aparición del video tape.

Como esa vez había más invitados de lo habitual en el pequeño living donde lo hacían y quedaron un poco apretados, Fontaina dijo como chiste, al empezar la entrevista, “estamos como piojo en costura”. Cristina se dio cuenta de que ese comentario traería cola y así fue: apenas fueron al corte, sonó el teléfono y ella lo atendió previendo lo peor. Un enojadísimo Raúl Fontaina (padre) le dijo “nena, pasame con el del piojo en costura”. Aunque hoy resulte difícil de creer, en esa época una expresión semejante era considerada una falta de respeto al televidente, un abatimiento del nivel que debía exhibir en todo momento el periodista ante una cámara.

Cristina comentaba esa anécdota preguntándose qué diría don Raúl si escuchara a algunos comunicadores de ahora, tan afectos a carajear por cualquier cosa. Su señalamiento no era a favor de una elocuencia conservadora ni mucho menos (¡si alguien no fue pacata en este país, esa fue Cristina!). Lo que le molestaba entonces era algo a lo que lamentablemente nos hemos acostumbrando: la degradación del lenguaje cotidiano empuja al deterioro de la convivencia, a la simplificación abyecta de la riqueza cultural, al irrespeto a lo diverso en beneficio de un primitivismo prejuicioso.

Homenajear hoy a estas grandes mujeres es también comprender los valores que promovieron y militar activamente por recuperarlos.

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