Sudamérica: Izquierdas que caen de sus pedestales

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Las izquierdas populista y la de posiciones marxistas presentan en Latinoamérica un panorama desolador. Los liderazgos y los movimientos políticos que se abrazaban y alababan entre sí en la primera década de este siglo, hoy exhiben una ruina moral calamitosa. Evo Morales acusa a su camarada del MAS y ex socio político imprescindible, el presidente Luis Arce, de estar detrás de las ráfagas de balas que alcanzaron la camioneta en la que se trasladaba por una ruta de Bolivia. Mientras muestra los impactos de bala en el vehículo, lanza el dedo acusador hacia el Ministerio del Interior del actual gobierno, que es de su propio partido y lo preside quien fue el artífice del éxito económico de su propia presidencia.

Antes de “un intento de matarlo”, lo que denunció Evo Morales es un lawfare, la “guerra judicial” que la izquierda latinoamericana usa exclusivamente para calificar las denuncias de corrupción contra los presidentes populistas. En esta ocasión, no es “la derecha” la que aplica lawfare al líder cocalero, sino el ala del MAS liderada por el presidente.

Es muy posible que el gobierno se haya puesto a hurgar en la justicia y en el anecdotario que rodea al ex presidente, para sacar a flote lo que esperaba encontrar: la práctica de trata por la adicción a las relaciones sexuales con chicas menores de edad.

Evo Morales devolvió el golpe también recurriendo al lawfare: hizo denunciar a Arce por casos de acoso sexual. Y después de las denuncias de delitos sexuales, vinieron las balas.

Mientras las dos cabezas de la izquierda boliviana hacen una exhibición de miseria moral y política, muchos observadores internacionales empiezan a pensar que Alberto Fernández no es el único amigo de Evo y de Arce que se valía del poder, físico y político, para someter mujeres a sus instintos más oscuros. A lo que no llegó Fernández es a los disparos criminales.

Pero en el escenario kirchnerista hay más exhibiciones lamentables. La Justicia argentina empieza a cerrar el cerco sobre Cristina Kirchner por los casos de corrupción conocidos como “la ruta del dinero K” y “causa Los Sauces-Hotesur”. Paralelamente, el kirchnerismo cristinista ve que la ex presidenta ya no tiene músculo político ni siquiera para lograr fácilmente la conducción del Partido Justicialista.

En la vereda de las izquierdas populista y auto-percibida marxista, lo único reivindicable fue un aporte en solitario que hizo Lula da Silva: vetar el ingreso de Venezuela a los BRICS, alegando que el régimen de Nicolás Maduro no ha probado haber ganado la elección presidencial del 28 de julio, lo que implica sostener tres cosas: en las urnas venezolanas Maduro y el chavismo fueron derrotados, por lo cual su autoproclamada victoria es una estafa fraudulenta y su permanencia en el cargo ya es una abierta dictadura.

Después de limitarse a reclamar que Maduro “muestre las actas”, y tras un largo silencio que parecía favorecer el statu quo, el presidente de Brasil pasó atacar al régimen chavista de una manera particularmente dura: dejó que el dictador venezolano viaje a Rusia para participar en la última octubre, y allí, a la vista del mundo, Lula anunció su voto en contra del ingreso de Venezuela al espacio económico, dejando a Maduro fuera de la cumbre y del BRICS.

Muchos de los BRICS no son precisamente democracias (Rusia, China, Arabia Saudita, Irán etcétera). Ese no es un impedimento para integrar el espacio. Pero el veto de otro país por no reconocer credibilidad alguna al régimen imperante en el país que pide el ingreso, si es determinante.

Lula hizo algo a favor de su propia imagen al hacer semejante zancadilla al bribón que se robó la voluntad popular en Venezuela. Pero muchos otros líderes del izquierdismo populista y también del filo marxista lo sintieron como una bofetada en sus propias mejillas.

El panorama ya era dantesco cuando llegó desde España otra mala noticia para el izquierdismo latinoamericano que coqueteó con Podemos: el patético derrumbe de la imagen de integridad progresista que lucía Iñigo Errejón, uno de los “indignados” que fundó el partido anti-sistema Podemos con Pablo Iglesias, Teresa Rodríguez y Juan Carlos Monedero, para terminar uniéndose a Sumar, el partido de Yolanda Díaz, la vicepresidenta feminista del gobierno de Pedro Sánchez.

El chavismo primero, Cristina Kirchner después, mostraban con orgullo su vínculo “ideológico” con esos “jóvenes puros” de un nuevo “progresismo”, por lo que resulta un gran percance (uno más) que Iñigo Errejón, el podemita con aspecto de nerd con altos promedios académicos, terminara cayendo de su podio moral al revelarse su agresivo y serial machismo acosador.

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