Suárez y Gargano

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pedro bordaberry
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Corría el año 2003. El entonces Presidente Jorge Batlle me había hecho el honor de confiarme el Ministerio de Turismo y agregó, al mismo tiempo, la titularidad de dos carteras más, la de Industria, Energía y Minería y la de Deporte y Juventud.

Eran los tiempos duros posteriores a la crisis bancaria que llegó desde Argentina y de la recuperación económica que, por suerte, tuvo el país en la década siguiente.

Desde la cartera de Deporte y Juventud, los servicios nos alertaron de posibles problemas entre hinchas en el clásico entre Peñarol y Nacional. Empezamos a planificar las medidas de seguridad y se me ocurrió proponerle a sus Presidentes que los equipos ingresen con las camisetas de su rival. Nacional entraría al campo con la de Peñarol, y este con la de su adversario.

Era un mensaje único en el mundo y la historia: “el clásico de la Paz”. Se le pedía a los jugadores y dirigentes el esfuerzo máximo como ser lucir la casaca, en el ingreso, del otro.

Un esfuerzo y gesto que tenía el más noble y puro de los sentimientos: el de la paz y convivencia entre quienes deben ser adversarios y no enemigos.

Fui a ver al Presidente de Nacional, Eduardo Ache. Me manifestó que si bien el fin era loable, era imposible de cumplir. “Solo a un hincha de Wanderers se le puede ocurrir una cosa así” me comentó entre risas.

No me amilané. Insistí y como último argumento le pregunté si lo autorizaría en caso de que el Presidente de Peñarol, Cr. José Pedro Damiani, aceptara.

“No te va a aceptar” me respondió en forma diplomática, sin bajarse de su posición.

Fui a ver al Cr. Damiani a su oficina de la calle Buenos Aires, en la Ciudad Vieja.

Me recibió fumando uno de esos habanos a los que era tan adicto, escuchó y dijo que no era posible. “Los jugadores no se pondrán la camiseta del rival ni aunque se lo pidan”.

Me apuré, creo, y le hice la misma pregunta que a Ache: “Si Nacional me dice que sí, usted aceptaría”.

Con ese boliche, legendario, que tenía, sonrió, se reclinó hacia atrás, pegó una pitada al habano, y al mismo tiempo que exhalaba el humo, me dijo:

“Usted ya debe haber hablado con Nacional y me está proponiendo lo mismo”.

Fracasé.

Hubiera sido algo lindo. Un clásico cuyas imágenes habrían recorrido el mundo entero en muestra de que el fútbol es una competencia y no una guerra. Ejemplo de que el de enfrente es un adversario y no enemigo. De que lo que se persigue es ganar el partido no destruir al rival. Habría mostrado, una vez más, que en nuestra tierra oriental impera la tolerancia y el respeto.

Un gesto de Fair Play y paz y sobre todo un mensaje de que el camino no es la violencia.

En el partido clásico de hace una semana ocurrieron dos hechos, uno negativo y otro positivo.

El negativo fueron los enfrentamientos entre las hinchadas, con banderas alusivas a un muerto, un muñeco prohibido, roturas, tirada de piedras, de maíz y cánticos ofensivos.

El positivo fue el intercambio de camisetas que hicieron los dos jugadores de mayor trayectoria y prestigio de cada uno de los equipos, Walter Gargano y Luis Suárez.

Dos profesionales con una larga y exitosa carrera en el fútbol europeo y en el seleccionado uruguayo que compartieron muchas horas dentro y fuera de la cancha en mundiales, eliminatorias y concentraciones. Dos amigos que son hinchas de sus equipos con una adhesión fuera de discusión.

Lionel Messi cuando jugaba en el Barcelona intercambió la camiseta con Zinedine Zidane del Real Madrid. Es más, se la pidió. Zico intercambió su camiseta del seleccionado brasileño con Diego Maradona. Este último incluso la lució.

Pero en Uruguay, dos formidables atletas, defensores de la celeste, cuya adhesión a sus clubes está fuera de toda discusión, no pueden intercambiar camisetas.

Después nos preguntamos dónde nace la violencia o cómo erradicar la misma de las tribunas. Parece ser que no cambiarlas es más importante que el esfuerzo, una jugada, un gol, o un tranque. Desconocen que en el deporte se gana, se empata o se pierde y -por suerte- no siempre se gana, se empata o se pierde.

El verdadero deportista es aquel que “no solamente ha vigorizado sus músculos y desarrollado su resistencia por el ejercicio de algún gran deporte, sino que en la práctica de ese ejercicio ha aprendido a reprimir su cólera, a ser tolerante con sus compañeros, a no aprovechar una vil ventaja, a sentir profundamente como una deshonra la mera sospecha de una trampa y a llevar con altura un semblante alegre bajo el desencanto de un revés” (Punch 1850).

Antes del partido les pidieron a Luis Suárez y Walter Gargano que dieran un mensaje de paz. Lo enviaron posteando en redes sociales este texto: “Rivales solo dentro de la cancha, amigos afuera. Cada uno dará el máximo para que su equipo gane. Ojalá todos podamos disfrutar de un gran espectáculo deportivo. A vivir el clásico en paz. Seamos ejemplo”.

Parece ser que algunos quieren que haya paz solo en el momento del partido, no antes ni después.

No se dan cuenta que es todo lo mismo.

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