Algunos acontecimientos de mucho barullo (no de mucha importancia) me hicieron postergar una reflexión sobre el discurso de nuestro presidente, Luis Lacalle Pou, pronunciado en Buenos Aires al participar de una reunión de la Fundación Libertad. De todo ese discurso tomo una sola frase: el Estado tiene que ser fuerte.
No está demás señalar que la frase y el discurso fueron pronunciados ante un auditorio que estaba reunido para escuchar al presidente argentino Javier Milei, quien sostiene que su misión es achicar el Estado argentino a la mínima expresión. Sospecho que el auditorio había concurrido para aplaudir esa propuesta. Ante esa platea Lacalle Pou dice: Estado fuerte.
La palabra describe la realidad, narra lo que sucede y, en un sentido más real de lo que parece, consolida, disuelve o transmuta esa realidad. Hablar de Estado fuerte puede parecer un sinónimo de otras denominaciones que conocemos y usamos: protector, o la tan manida: welfare state, Estado de bienestar. Parece ser todo eso más o menos lo mismo, pero no lo es.
Las palabras tienen insospechada fuerza en sí mismas. Welfare state, Estado protector, más allá de lo que hayan sido los propósitos de quienes inventaron el concepto y el término, fácilmente se desliza hacia un tipo de conclusión en quienes escuchan: el asunto es buscar protección en el Estado, mi bienestar en el Estado. Esa palabra induce a una actitud pasiva y hacia el reclamo de algo como de derecho, como que es lo que corresponde esperar y exigir.
Decir, en cambio, que tiene que haber un Estado fuerte conduce a los oyentes a otras conclusiones y otras reacciones. ¿Qué se está diciendo? Aquí manda el gobierno. No mandan los empresarios o los banqueros, no manda el dinero: manda el gobierno. No mandan los militares, las armas: manda el gobierno. No mandan los dueños de los grandes medios de comunicación: manda el gobierno. No manda el narcotráfico, no manda el Pit-Cnt, no manda la Federación Rural. Acá manda el gobierno.
Un gobierno elegido por el voto popular y que tiene fecha de finalización: es decir, que en esa fecha se va y no manda más. No como Maduro que quiere seguir para siempre. No como Fidel que siguió sesenta años. No como Evo Morales que quiso seguir, ni como los Kirchner que armaron una sucesión conyugal en sucesivos periodos de gobierno. Todo eso está contenido en la expresión Estado fuerte.
La deliberación -hoy presente y casi permanente- sobre cuánto Estado o cuán poco Estado se aclara o se confunde según las palabras que se utilicen y la carga que cada una de esas palabras contenga. Estado como estribo, no está mal; ofrece un apoyo pero la fuerza para subir la pone Usted. Estado grande puede terminar siendo un Estado débil por abarcar demasiado o por inoperante. Estado protector puede terminar ablandando a la población, generando pedigüeños. Estado chico puede enviar un mensaje de cancha libre para el músculo inescrupuloso. Estado fuerte es un buen adjetivo, designación precisa y mejor, que produce efectos o consecuencias más saludables en la sociedad donde resuena. Ni grande ni chico: Estado fuerte.
La discusión sobre el Estado es vastísima; también es permanente. Conviene ponderar las palabras que se usan porque las palabras no son inocentes.