¿Sociedad cansada?

En mi última columna refería a la sociedad de fin de semana, argumentando contra la cultura predominante que demoniza el esfuerzo y el trabajo arduo ponderando en exceso el ocio, como si este fuera el verdadero objetivo vital.

Ese tipo de sociedad tiene el inconveniente -obvio- que por más que se intente vivir en la permanente ilusión de eterno esparcimiento, el lunes, siempre llega.

Y por ende la farra se acaba, y la fiesta hay que pagarla. Porque de manera directa o indirecta siempre alguien se hace cargo de la factura.

La pérdida de valores, el relativismo imperante, la funesta agenda woke, todas las transiciones voluntaristas a las que estamos sometidos, la irrupción de la tecnología en nuestras vidas, la pérdida de la noción del valor que tienen el tiempo y la oportunidad, y el desmedro por la trascendencia del hombre nos han empantanado en una crisis que alcanza tanto la esfera individual como la colectiva.

Nuestro singular modelo de convivencia oriental tiene características muy peculiares.

Podríamos encuadrarlo en lo que se denomina cultura política, con vertientes también de ciertas subculturas que conviven con aquello que algunos queremos creer que sigue siendo nuestro Ser Nacional.

Pero dentro de todo ese universo se identifican con claridad algunos rituales de resistencia.

Actitudes que se oponen a cambiar lo que hay que cambiar, o que -raramente- controvierten el estatus quo inmutable de nuestra uruguayidad: la parsimoniosa lentitud burocrática adversa al cambio y adoradora de la medianía y el Estado.

El tema es que metidas en la arena, ambas corrientes tienen derroteros muy distintos.

La primera se contenta con el inmovilismo, no hacer olas, y socializar las pérdidas, siempre buscando el consenso, claro está, que todo lo santifica y envuelve de sagrada legitimidad uruguaya.

La segunda propone, lee el mercado, capta la respuesta, y reacciona con el dinamismo que posee solo el que sabe que el mundo no espera: se pianta y arma el chiringuito en otro lado, donde el Estado, la sociedad civil, y la cultura sean más propensas a animar el emprendedurismo, la creatividad, y el afán de progreso, que a criticarlos y trancarlos.

Y así, cuando miramos el patio y vemos a quienes deberían ser el motor de nuestra comunidad -trabajadores y empresas- nos encontramos en general con una sociedad cansada.

Cansada de un Estado entrometido, harta de trabas burocráticas, aburrida de tener que negociar con lentitud todo entre muchos cuando se podría arreglar entre pocos, extenuada de ver como el tiempo pasa y las oportunidades se pierden, desilusionada de ver como nuestros líderes no son capaces de interpretar la realidad global por encima de sus intereses políticos, frustrada de aún ser la Suiza de América, y no ser ya la Singapur.

Las personas hacen a las sociedades y las sociedades determinan a las personas. Es un círculo interminable. Esa figura en un pasado que en el error o en el acierto era más jugado tenía interconexiones que brindaban oportunidades a quien las quisiera tomar.

Hoy, en esta sociedad cansada, las chances se achican día a día para algunos, mientras que quienes podrían generarlas disparan.

Deberíamos pensar si de verdad queremos un país de burócratas y enchufados al Estado, o un país dinámico que reparta oportunidades.

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