Estamos en épocas de fiestas, de paz y de amor -y el calorcito llega-. Me da pereza ocuparme de las desavenencias internas de blancos y colorados. ¿Para qué inmiscuirse?
Cada uno por su lado y en caso de que consigan un consenso deberán luego lograrlo en la Coalición Republicana. Sin contar las municipales. El gobierno desgasta, pero mucho más agota estar en la oposición, como se ve.
Respecto a la CR, Valeria Ripoll proclamó como líder y conductor a Álvaro Delgado, al que ya había anticipado como tal para el Partido Nacional. Obvió a Lacalle Pou, quizás por “tibio”, pero luego corrigió, en algo. Para mí ellos -la fórmula- fueron la explicación de la derrota ayudados, eso sí, por el atraso cambiario, el IASS levemente retocado, las picardías y algún golpecito bajo el cinto de José Mujica. Además, ciertas “tibiezas”-¿flojedades?- que dieron ventajas extras, tanto que uno comenzó a sentir hasta cariño por las tribulaciones de Yamandú Orsi.
Como escribió en X Francisco Faig, “Qué lío importó el PN…”, refiriéndose a Ripoll. En el Partido Colorado, en tanto, chisporrotean dos estilos distintos, y con credenciales válidas para uno y otro. Yo tengo una salida, pero me la guardo; no quiero inmiscuirme.
¡Pa qué! Me dije y me vine a Buenos Aires. Escuché a Milei y pensé que la cosas, además de los precios, se van para arriba en este otro lado del estuario.
No comenzó bien: a Buquebus, supongo que como efecto colateral del monopolio, le importa muy poco dar la atención debida a los minusválidos. Primero los amontonan y luego unos chicos, bien amables y que se afanan los van acarreando de a uno. En mi caso me llevó más de 50 minutos llegar desde el barco a la puerta de salida, sin recoger maletas ni pasar por aduana. ¡¿Qué le puede costar tomar dos o tres chicos más?! El problema, debo de admitirlo, es mío: integro los tres colectivos mayores. Estos, pese a ello, son los más discriminados y olvidados: minusválidos, gordos y viejos. A mí me calzan todas las generales de esa ley.
En el censo aparecen minorías, ninguna llega al 10% y otras, ni al uno, pero para todas se legisla y se tienen consideraciones.
Me inquietó leer algunas crónicas sobre los datos, explicaciones e interpretaciones del censo. Seguimos siendo los mismos, ni uno más ni uno menos. Parece que en Uruguay nacen menos personas que las que mueren. Es “impactante”. Se alarmó uno de los expositores: “En 1908 había 16 niños por cada persona mayor a 65 años mientras que hoy hay uno solo”. ¿Y? Con tanto viejos, en comparación con tan pocos jóvenes, “¿cómo se piensa el futuro?”, inquirió otro.
¿Cual es la solución?: “apurar” a los viejos para que se mueran de una vez, y “poder pensar en futuro”. (Y no le dan ni la chance de la eutanasia.) No sería más piadoso, por decirlo así, convencer a los jovenes de que se ocupen más de la tarea de “poblar”; tarea que además es linda. Yo me resisto: ¿por qué no puedo llegar a la edad de Sanguinetti, Iglesias o Mujica?, por citar tres casos conocidos. Tengo derecho y haré lo posible. Me aguantaré lo más que pueda. No me voy a morir por mejorar los números del censo ni por hacerle un favor a los demás. Debo confesar, sí, y lo hago humilde y honestamente, que no tengo vocación de servicio.
Si la tuviera me hubiera dedicado a la política, sinceramente.