En la plaza, la turba vociferaba: “¡hijos de puta!, ¡hijos de puta!”; desaforados todos. Desde la tribuna Javier Milei, el presidente de la Nación Argentina, enajenado, los arengaba agitando los brazos y con sonrisa desbordante, tipo “Guasón”.
Fue hace unos días. Se referían a nosotros, los periodistas; “ensobrados e hijos de puta”, según el mandatario.
No es el primer presidente que lo hace. Fujimori era más sutil y sibilino; al comandante Hugo Chávez, muy ordinario, le gustaba señalarlos durante sus actos, identificarlos entre la multitud mientras cumplían su tarea: vituperar sus medios y a ellos mismos sometiéndolos a la burla de la multitud fanática; en el mejor de los casos. Daniel Ortega, parecido, rápido decidió cerrar los medios, perseguir a los periodistas, echarlos, meterlos presos, quitarles la nacionalidad. Para Donald Trump, éramos, y somos unos vagos y unos idiotas; “lo que los periodistas más aman , es odiar a Trump” se jactaba. El mejicano AMLO, en vivo, desde el sistema de difusión radioeléctrico estatal, salía todas las mañanas a insultar y estigmatizar periodistas. Los brasileños Lula y Bolsonaro también hacían los suyo: el actual presidente como más disimulado, más parecido a Fujimori y además amparado por alguna “prensa amiga” que ni se entera de los incendios forestales, y Bolsonaro a lo bruto, como Trump. Más el ecuatoriano Correa, ¡grande Rafael! Cadenas de radio y TV a discreción e insultos a disidentes y prensa a granel. No dejaba periodista con cabeza. Utilizaba una amplia terminología, se llegó a compilar una lista de 189 distintos “insultos” dirigidos a disidentes. Y se dice que fueron más. Es extraño: en la larga nómina no aparece “hijos de puta” -lo más cerca “hijos de la oligarquía”.
Milei los ha superado a todos. ¡Cuidado! No es para tomárselo a broma.
Notoriamente no le gusta que se sepa y se siga de cerca lo que hace. Algo querrá ocultar. Pasa con todos los dictadores, con todos los vocacionales de “manda más”.
Lo inquietante es que confunde: hay quienes creen y lo califican de liberal. Nada que ver: la libertad de expresión, para todos y cada uno, es un pilar eje de la doctrina liberal que hace de la tolerancia su razón de ser y que por supuesto no teme a la crítica ni se niega a la transparencia. Clave, además, si en lo económico se apuesta a un mercado libre.
Será libertario o anarco no sé qué, pero liberal no. Buscar el equilibrio fiscal y controlar y limitar la emisión de moneda sin respaldo no hace liberal a nadie. Solo se trata de reglas a cumplir de buena administración y sentido común: si sale más de lo que entra en algún momento reventará la cosa. Malo para la economía, para el bienestar general, acentúa la pobreza, crece la inseguridad, ataca la memoria y el buen sentido de la gente, y abre puertas y le allana el camino a cualquier tipo de bicho raro.
Libre mercado sí y capitalismo también, pero con libertad; todo sometido al escrutinio público, al igual que los gobernantes. China es quizás el mayor país capitalista, pero con partido único, esto es, un grupito de mandamases y un mandamás mayor. Eso sí, de libertad ni hablar. No existe. Te indican hasta cuántos hijos podés, y debés tener. Allí no hay protestas ni huelgas, ni derecho al pataleo. Y mucha desigualdad. Cero libertad de expresión, y en consecuencia no hay periodistas libres. “Ensobrados’ u “operadores” sí, como en tantos lados, pero periodistas no.