¿Cómo se negocia con un matón? ¿Cómo se negocia cuando ese matón es el presidente de Estados Unidos?
Uruguay se enfrentó esta semana a una presión inusitada y discreta, pero firme. El mensaje que circuló en Washington y llegó a Montevideo era inequívoco.
El gobierno de Donald Trump pretendía que Uruguay votara a su favor en Naciones Unidas y en contra de Ucrania. No hacerlo podría embarrar una relación hasta ahora cordial. Las consecuencias estaban sobre la mesa: volvernos una presa más de su escalada arancelaria. Fue, sin duda, una advertencia.
El voto del lunes no fue un ejercicio diplomático más. Por primera vez desde 1945, Estados Unidos votó con Rusia y contra Europa en la ONU sobre un tema crucial para la seguridad europea.
Casi 50 países que antes habían votado para condenar la invasión rusa a Ucrania y defender su integridad territorial se arrodillaron ante un mensaje que circuló por numerosas capitales. Las capitulaciones en la región fueron abundantes, empezando por esa Argentina mileísta, cada vez más trumpista, y trágicamente peronista. La combinación, huelga decir, no tiene nada de auspiciosa.
Estados Unidos se puso del lado de las dictaduras y en contra de la mayoría de sus aliados democráticos. Es un cambio mayúsculo de la política exterior estadounidense. Uruguay mantuvo su postura y aguantó el embate. ¿Tendrá consecuencias? ¿Cuáles?
Aunque suene grandilocuente, Trump terminó de reconfigurar el mundo en cuatro semanas. Es verdad que adora el protagonismo, pero hasta su imprevisibilidad sigue una estructura. Hay un patrón en su estilo mafioso.
Separar la bravuconería de la amenaza real es tarea de gobiernos de todo el mundo desde antes de su victoria. Desde su regreso a la Casa Blanca, adoptó un enfoque que, aunque no del todo inesperado, no deja de ser desestabilizador.
El imperfecto y funcional orden global que durante 80 años rigió las relaciones internacionales se convirtió en el nuevo desorden con el que Putin y Xi Jinping sueñan desde hace décadas. El cambio de época confirma que la era del dominio estadounidense incontestado se terminó.
En esta nueva era las relaciones internacionales están menos regidas por normas e instituciones, y más condicionadas por la personalidad de los líderes y las esferas de influencia que ambicionan crear. Es tiempo de hombres urgidos por proyectar fortaleza. Apoyados en la mentira, desoyen las reglas para abrazar glorias pasadas y prometer futuras.
A Trump se lo llegó a presentar hace un tiempo como “el guardaespaldas de la civilización occidental”. Nada más lejos de la realidad. Con él, Rusia y China se agrandan y encuentran menos reparos para pergeñar y concretar sus ambiciones expansionistas.
El show vergonzoso que dio el viernes en la Casa Blanca cuando recibió al presidente ucraniano solo confirma su interés exacerbado en que Putin se salga con la suya.
Su vicepresidente fue a Alemania hace unas semanas a decirles a los europeos que el verdadero peligro para el continente no eran Rusia ni China, sino la “amenaza desde dentro”.
¿Cómo navegar este mundo?
Pese a ser la mayor dictadura mundial, contra China no se puede decir ni pío. No es adepta a las críticas y, al ser el principal socio comercial de casi todo el mundo, mantiene la capacidad de acogotar a más de uno, empezando por sus propios ciudadanos. Por cuestiones ideológicas, y para hacerle guiños a las bases del Frente Amplio, el nuevo gobierno uruguayo apuesta a un deshielo de la relación con Rusia.
Rusia es autocrática e invasora, usa materias primas y flujos migratorios como armas, y se especializa en guerras híbridas mediante operaciones de sabotaje y campañas de desinformación. Que la descripción en parte se aplique también al Estados Unidos actual es desmoralizante.
Las ambiciones de refundación de Putin y sus deliberados esfuerzos por desestabilizar todavía más a Europa no se terminan en Ucrania ni se calman con el interesado apaciguamiento de Trump.
Hermanados por conveniencia con Xi, que sueña con la revitalización de la civilización china, han sido los grandes impulsores de esa cháchara que tanto cautiva al nuevo canciller sobre el Sur Global, también llamado Sur Plural (doble emoji de bostezo).
Por Lula, dentro del Frente Amplio, existe un encandilamiento lindante con el servilismo. A los casi 80, y en su momento de mayor impopularidad, está a un año y medio de unas elecciones que generan temor en el Partido de los Trabajadores y, por ende, deberían encender las alarmas en el gobierno entrante.
Uruguay no puede ofrecerle al mundo mucho más que estabilidad, rectitud y carne. Sin ser principistas en lo político y pragmáticos en lo económico, nuestro megáfono liliputiense solo puede ser útil cuando se acompaña de un apego a los valores democráticos con los que comulga la mayoría de los uruguayos. Esto constituye parte esencial de la marca país y, en un mundo volátil, esa previsibilidad republicana representa un diferencial valioso.
La bastardeada idea de Occidente se encamina a retraerse aún más antes de ilusionarse con su recuperación. Mientras Washington avanza hacia el autoritarismo, en Moscú y Pekín se pellizcan primero y brindan después. En Montevideo, como siempre, vivimos en las nubes y pendientes del tiempo.