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Juan Paullier

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Hay jugadores de fútbol capaces de escenificar el vínculo de su pueblo con el deporte. Maradona nunca podría haber sido belga, ni Beckenbauer venezolano. Luis Suárez solo podía ser uruguayo.
Los hombres tenemos un papel que tiene que ser revisado por nosotros mismos. Debemos ser parte del cambio. Tomar partido. O, al menos, no ser eternos cómplices.
Los populistas están de moda. Maestros en el arte de vomitar soluciones mágicas a desafíos complejos, azuzan la división y reducen todo a una cuestión binaria cuando la realidad está pintada de matices.
No ha sido sencillo abstraerse del fenómeno “Barbenheimer”. El CEO de Mattel, dueña de Barbie, había anticipado que iba a ser muy difícil estar en la Tierra y no enterarse del estreno de la película. El juguete más famoso del mundo ha suscitado polémica desde su nacimiento en 1959. La de Oppenheimer no ameritó tanta controversia, pero sirve para una advertencia.
Un antropólogo marcaba hace unos años la paradoja de que la gente pague por cosas que ya tiene en abundancia. Hablaba del agua, embotellada, que debería ser un lujo y no una necesidad. Recurrir a ella y no poder tomar de la canilla huele a derrota. El agua plastificada es un recuerdo de nuestra desconfianza hacia lo público.
Cuando explotó la guerra, busqué pasajes a Kiev. Quería estar ahí. Verlo con mis ojos. Hablar con la gente. Estar en el terreno es una de las herramientas más añejas y valiosas en el arsenal de un periodista. Quise vivir en la Venezuela de Chávez, acercarme a la guerra contra el narco en México, entender la migración en Marruecos y escuchar a los familiares de soldados en Ucrania.