Ruido y superficialidad

Quizás la mayor manifestación de la esencia de la forma de hacer política se vea en época de campañas electorales. Pero la semana pasada tuvimos una buena foto de la de la actualidad, a lo largo y ancho del mundo, en la larga secuencia de discursos en la Asamblea General de la ONU. Por si nos quedaba alguna duda, quedó claro que la política tradicional está en retirada y están ganando los que dominan el arte del entretenimiento. No importa el país, si es de derecha, de izquierda, centro o independiente. Aquellos que saben usar y abusar de su histrionismo, de la emocionalidad y la capacidad de captar la atención para imponerse, son los que están ganando terreno. Estos personajes radicalmente opuestos al político tradicional al que estábamos acostumbrados, que transmitían seriedad, estabilidad y confianza, representan un tipo de liderazgo moderno que se está haciendo cada vez más común. Uno basado en la espectacularidad, el impacto instantáneo y la confrontación mediática, donde captar la atención vale más que los contenidos y las propuestas de fondo.

Pero esto no es causa, sino consecuencia. Hoy en día los políticos no sólo compiten con su rival en las elecciones. Antes tienen que competir con un bombardeo de información y entretenimiento de todo tipo por infinidad de canales de comunicación (televisión, streaming, redes sociales), para que los votantes les presten atención y así lograr pasar el mensaje para que los voten. La competencia está siendo por la atención, no por las ideas. Por eso recurren a la capacidad de fascinar y de sobresalir, transformando así la esfera pública en un espacio dominado por el show, llegando muchas veces a lo absurdo. Así es como la política tradicional está dejando lugar a un escenario de entretenimiento superficial donde la capacidad de generar impacto momentáneo reemplaza a la discusión profunda y el compromiso serio con los problemas de fondo.

Pero lo curioso es que esto no está pasando solamente en la esfera pública, también ocurre en las organizaciones. La práctica de la comunicación ruidosa también se ha instalado en muchas empresas, donde los personajes que en las reuniones hablan sin decir nada nuevo, que parafrasean lo que ya dijo otro pero con palabras más grandilocuentes, de forma espectacular o con más teatralidad, son los que dominan.

No es casualidad que, además, suelen saber de todos los temas, siempre tienen algo para decir, no importa de qué se esté hablando. El psicólogo Adam Grant explica cómo el “efecto burbuja” y el “ruido” impulsan a quienes dominan la voz y la exposición, muchas veces enmascarando falta de conocimiento. Así es como los que logran hablar más fuerte, manipular la dinámica de la comunicación y crear impacto son los que ganan influencia, aunque no sean los que tienen las ideas más innovadoras o habilidades singulares. Una vez más, gana un tipo de liderazgo basado en la presencia mediática y no en la capacidad de resolver problemas, ni de aportar valor genuino. Se impone quien domina la dinámica de figurar, cayendo así, en este ámbito también, en liderazgos vacíos cuyo mérito es la capacidad de captar la atención.

Porque como dice el argentino Santiago Bilinkis “en nuestra sociedad la extroversión está sobrevalorada y el ruido camufla la incompetencia”.

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