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Cuba y vida

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álvaro ahunchain
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En los últimos siete días, se dio la coincidencia de tres poderosos mensajes del Uruguay al pueblo cubano, en su reclamo de libertad.

Sin duda el más notorio fue el que tuvo como protagonista al presidente Luis Lacalle Pou en la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac): su cruce con el dictador Miguel Díaz-Canel tuvo enorme repercusión tanto a nivel local como internacional.

Podemos decir sin temor a equivocarnos que, en un par de minutos, el presidente uruguayo hizo más por la libertad del pueblo cubano que lo que hiciera la mayoría de los intelectuales compatriotas durante las últimas décadas. (Y también podemos señalar que la crítica del dictador Díaz-Canel a la LUC colaboró más con el mantenimiento de esta norma, que lo que venimos aportando quienes la defendemos, desde el día mismo de su promulgación).

En lugar de agitar las redes con una trasnochada defensa del castrismo, lo que tendrían que estar haciendo ahora los asesores de comunicación del Frente Amplio -si es que existen- es tratar de deslindar al referéndum del elogio que de él hizo un tirano, represor contumaz de su pueblo.

Lo curioso es que la participación del presidente uruguayo en la Celac no fue el único episodio que marcó la rebelión de nuestro país contra ese régimen liberticida. Escasos días antes, se presentó en la sala Hugo Balzo del Sodre un espectáculo titulado Fuera del juego, creado por el dramaturgo cubano Abel González Melo a partir del famoso “caso Padilla”. Hace exactamente 50 años, el escritor Heberto Padilla fue encarcelado por sus críticas al régimen de Fidel Castro, quien en 1968 se había alineado al bloque soviético a pesar de su promesa inicial de seguir una senda independiente.

En realidad, el mayor pecado de Padilla fue criticar a un escritor oficialista, Lisandro Otero, y elogiar a otro disidente, Guillermo Cabrera Infante.

En la obra, González Melo muestra con maestría la presión de la dictadura contra Padilla, en un duelo intimista que habla tanto de explícitas amenazas contra su seguridad y la de su familia, como de la misma autocensura que desequilibra a quienes se rebelan contra las verdades oficiales.

Sólidamente escrito, dirigido y actuado, el espectáculo incorpora por primera vez algunos tramos de la filmación en que Heberto Padilla se inculpa públicamente, pasado un mes de su cautiverio. Es una retractación vergonzante y poco creíble, que lo convierte en una suerte de Galileo del siglo XX. Allí, el malogrado escritor actúa malamente un arrepentimiento, acusándose a sí mismo y a otros colegas de contrarrevolucionarios y evidenciando un mecanismo de coerción con el que Castro reproducía las peores prácticas estalinistas. Ni siquiera le dio la fuerza para susurrar un eppur si muove.

Recomiendo encarecidamente al lector profundizar en este caso, leyendo el ejemplar que Cuadernos de Marcha le dedicó en 1971 (su facsímil completo está disponible en la excelente plataforma de la Facultad de Información y Comunicación de UdelaR, anaforas.fic.edu.uy). Allí se transcriben las cartas de respaldo al escritor disidente de intelectuales latinoamericanos y europeos que cambiaron desde entonces su opinión sobre la revolución cubana (Sartre, de Beauvoir, Pasolini, Calvino, junto a Cortázar, Fuentes y Vargas Llosa, entre otros) y también una declaración de conocidos y respetados intelectuales uruguayos que, entre la tiranía y la libertad de expresión, vergonzantemente optaron por la primera.

Al día siguiente de la representación de Fuera del juego en el Sodre, el Instituto Nacional de Letras del MEC organizó un interesante evento en que se polemizó sobre este hecho histórico, como momento de quiebre de la adhesión incondicional de los intelectuales al régimen castrista. Merece verse en YouTube, bajo el título “Arena de Debates. Cultura, política y libertad: a 50 años del caso Padilla”. Tiene varios momentos realmente brillantes, con Aldo Marchesi justificando aquellos desmanes por el contexto bipolar de su tiempo y Francisco Faig demostrando en forma contundente que la oprobiosa simpatía intelectual por el totalitarismo sigue tan campante.

Pero al inicio de esta columna hablé de tres sucesos simultáneos en los que los uruguayos defendimos el derecho del pueblo cubano a la libertad. Así que aquí va el tercero: antenoche, en la final del reality televisivo Got Talent de canal 10, una niña cubana llamada Saydis Calzado quedó entre los cuatro participantes más votados por el público.

Con gracia y talento, había cantado Mi tierra, ese hermoso himno al amor a la patria que popularizara Gloria Estefan: “Canto de mi tierra bella y santa / sufro ese dolor que hay en su alma / Aunque esté lejos yo la siento / Y un día regreso, yo lo sé”. Saydis llegó al país a reunirse con su madre, quien antes había escapado de la isla por falta de oportunidades y libertad. Al escucharla cantar esos versos, sonriente y esperanzada, uno no puede menos que lamentar que subsistan, en nuestro país, políticos e intelectuales que siguen aferrados a un régimen agónico, pero aún opresor de su pueblo.

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