Revirtiendo el relato

En Uruguay se ha instalado el relato pesimista sobre el futuro de la industria manufacturera como un sector en declive, generando la profecía autocumplida que la va a terminar condenando a la extinción.

Sin embargo, la realidad es mucho más compleja y ofrece motivos para el optimismo. La industria sigue siendo un generador de empleo fundamental en Uruguay, aportando el 17% del PIB empresarial y con un volumen de ventas significativo, casi tan importante en exportaciones como en el mercado interno.

Pero, más allá de las cifras macroeconómicas, la industria cumple un rol social crucial porque tiene la capacidad de generar empleo para diversos niveles de formación y habilidades, permitiendo la inclusión laboral de personas provenientes de distintos niveles socioeconómicos.

En su estudio “Las paradojas del desarrollo uruguayo”, el Ec. Germán Deagosto de la UCU, señala que la tasa de desempleo de las personas con ciclo básico incompleto es 5 veces mayor que aquellas con nivel terciario completo o más. Y es justamente en el primer grupo donde la industria es mayor generadora de empleo: según el último Monitoreo Industrial de la CIU, en 2024 la industria manufacturera empleó en un 73% a obreros. En este contexto, más allá de la cantidad de empleo, es una puerta de entrada al mercado laboral para personas con baja formación, ofreciéndoles la oportunidad de adquirir habilidades y experiencia que les permitan mejorar su calidad de vida.

Pero volvemos a caer en la trampa del sector industrial en nuestro país: la competitividad. Es como círculo vicioso del que no logramos salir. El peso del estado, la falta de políticas micro que estimulen la inversión y la baja productividad de los factores (entre ellos, la mano de obra), le quitan tracción a ese motor de crecimiento económico y generación de empleo inclusivo que buscamos. Pero más allá de todos los estímulos ya planteados por el sector industrial para hacer atractivo el sector y mejorar la competitividad, se necesitan políticas específicas para que la industria no sea sólo como un motor de crecimiento económico, sino que además pueda llevar su capacidad de inclusión laboral de los sectores más vulnerables a su mayor potencial. Por ejemplo, a través de una política clara que incentive programas de capacitación para la formación técnica y profesional permamente; otorgar beneficios fiscales atractivos a las empresas que inviertan en la capacitación de su gente; entre otros.

Existe evidencia suficiente para afirmar que cuanto mayor es el acervo de capacidades, mayor es el potencial de desarrollar nuevas, por lo que su inversión tiene impacto exponencial. Es decir, incentivar una mejor capacitación en la industria, es echar a rodar el círculo virtuoso de la mejora no sólo de la productividad, creando así más y mejores empleos, sino que también es impulsar la inclusión social.

Es hora de dejar atrás el relato apocalíptico y construir una nueva visión para la industria manufacturera uruguaya. Un sector que, en el contexto adecuado, tiene el potencial de ser dinámico, competitivo, inclusivo y sustentable, y también motor de transformación social y de progreso para todos los uruguayos.

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