Qué feo es el sector privado

Hay noticias que ponen al descubierto lo equivocados que estamos cuando negamos que este gobierno esté realizando cambios radicales respecto al anterior.

Porque si por un lado solemos advertir que la política económica sigue mayormente el camino de la previsibilidad, aventando locuras que proponen los sectores radicales, por el otro, dos por tres saltan volantazos que van en sentido contrario a lo que uno considera pragmatismo.

A las pruebas me remito: una crónica del periodista Nicolás Delgado, publicada ayer en Búsqueda online, da cuenta de la cancelación de los convenios con universidades privadas para becar a educadores en posgrados de formación docente.

El presidente del Consejo de Formación Docente de ANEP, Walter Fernández Val, informó que “hemos cortado líneas de crédito que financiaban con dineros públicos becas para cursar en universidades privadas del Uruguay”. Agregó que “nos parecía que la financiación de becas de posgrado con dineros del Estado tiene que correr hacia universidades públicas, ya sea la Universidad de la República, la Universidad Tecnológica o de la región”. Anunció un flamante convenio en tal sentido con la Universidad Pedagógica Nacional de Argentina (Unipe). Siguiendo la crónica de Búsqueda, el jerarca expresó que “el concepto es fortalecer la educación pública y no financiar con dinero público a universidades privadas, lo que implica un cambio de paradigma y de política con respecto a la anterior administración”.

En criollo, lo que propone ahora ANEP es cancelar las becas que el organismo financiaba a medias con las universidades ORT, UCU y UM -tres asociaciones civiles nacionales sin fines de lucro- redirigiendo los recursos que paga el contribuyente a una universidad pública del país que gobierna Javier Milei.

Inmediatamente después, se conoció el decreto con el que esta administración sustituyó al de la anterior, que permitía que las privadas uruguayas aspiraran a una autorización definitiva y se libraran de hacer aprobar por el Estado sus proyectos académicos, un trámite que complicaba su agilidad de gestión y neutralizaba ventajas competitivas. Mediante el nuevo paradigma, se “fortalece el rol regulador del Estado sobre la educación terciaria”, al decir del ministro José Carlos Mahía.

Medidas como estas son las que me han alejado siempre del Frente Amplio.

No me considero un derechista obtuso ni un cultor de la polarización, menos aún un “neoliberal”. Simplemente no entiendo el porqué de ese inveterado desprecio de nuestra izquierda por la educación privada, a la que permanentemente -desde las críticas acérrimas a la inauguración de la Universidad Católica en 1985, hasta la demanda de exceptuar a los centros no públicos del beneficio de donaciones con exoneración tributaria- se la posiciona en un lugar de sospecha.

Puedo comprender que, en el equilibrio entre igualdad y libertad, se inclinen por la primera. Pero me resulta algo insólito que no reconozcan que, al existir un sector privado fuerte en el ecosistema educativo, el sector público se beneficia directamente. En primer lugar, está la ventaja de una mayor diversidad de enfoques y perfiles académicos, algo que desprecian quienes se aferran a verdades absolutas. “Fortalecer el rol regulador del Estado” no es solo garantizar un piso de calidad común. También puede leerse como el afán de privilegiar el pensamiento mayoritario de la sociedad por sobre los puntos de vista que desafían las unanimidades.

Pero eso no es todo. Desde el punto de vista económico, un sector privado fuerte también libera al Estado de invertir recursos públicos en quienes pueden pagar su propia educación, porque así decidieron hacerlo.

No desearía ofender a nadie, pero realmente creo que hay una motivación inocultablemente colectivista en ese paradigma de aislar a la educación privada.

Lo viví de cerca cuando asesoraba en comunicación a la actual Universidad Claeh.

Su origen fue el legendario Centro Latinoamericano de Economía Humana, una institución que se constituyó en formidable foco intelectual de resistencia contra la dictadura de los años 70. Recuerdo declaraciones del orden de estudiantes de la Udelar hablando de la carrera de medicina del Claeh, poco menos que como una conspiración neoliberal, lo que evidenciaba un prejuicio estúpido, producto de la más elemental ignorancia sobre esa prestigiosa institución. Lo mismo puede decirse de la Católica, que ahora incorpora una flamante Licenciatura en Filosofía, a contrapelo del utilitarismo ruin que nos inunda, o de la ORT, que a través de los últimos años ha sido semillero de emprendedores exitosos.

Hay una parte de este gobierno que tiene perfecta conciencia de la importancia del sector privado como motor de crecimiento del país y, con ello, también como fuente de recursos para el mejoramiento de las políticas sociales.

Pero hay otra que sigue pensando y obrando según el título de esta columna.

Arcaico y triste.

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