Política y conspiración

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Posverdad”, “desinformación”, son palabras que han dominado la política y el periodismo en los últimos años. Sin embargo, algo parece estar cambiando. Y algunas tibias señales sugieren que la vía libre para la mentira y la manipulación habría pasado su cuarto de hora de impunidad.

En EE.UU., dos casos emblemáticos, apuntan en esa línea.

Primero está Alex Jones. Acá en Uruguay no es alguien muy conocido, pero el creador del sitio InfoWars tuvo un rol relevante en todo el movimiento cultural que culminó con la llegada de Trump a la Casa Blanca. Personaje bastante repelente, con voz aguardentosa, generosa papada, y discurso combativo, lo mismo promovía versiones conspirativas sobre el 11 de setiembre que vendía suplementos de testosterona para revitalizar al macho declinante. “Yo no soy un empresario, soy un revolucionario”, ha dicho el bueno de Alex. Pero en los últimos días fue condenado a pagar 45 millones de dólares a los familiares de las víctimas del ataque en la escuela de Sandy Hook, donde murieron 30 personas. Jones aseguraba que era todo un invento, una operación de “falsa bandera” para cambiar las leyes sobre armas.

Casi al mismo tiempo, otro tribunal condenaba por “desprecio al Congreso” a Steve Bannon, por negarse a declarar en las audiencias que investigan los ataques contra el legislativo del 6 de enero del 2021, cuando Trump convocó a una turba a desconocer el resultado de las elecciones.

Bannon es un tipo más serio, y peligroso, que Alex Jones. Fue asesor de Trump, así como de otros líderes de la nueva ola de derecha populista europea, como Victor Orban o Marine Le Pen. Pero fue desde su rol como cabeza del sitio Breitbart que tuvo un impacto mayor en la política de su país. Allí se dedicó por años a promover una agenda de nacionalismo radical, y puras y llanas mentiras. Acusaciones a Hillary Clinton de liderar una red de pedofilia, o que Obama era un musulmán “tapado” que apoyaba a terroristas.

Un punto tragicómico fue cuando publicó una foto del jugador alemán Lukas Podolski en un jet ski con un amigo de tez oscura, bajo el titular de que “Policía española desarticula banda que traficaba inmigrantes por el Mediterráneo”. El fútbol, no es lo suyo.

Pues bien, las condenas a estas dos figuras emblemáticas de la era de la “posverdad” se suma a otros hechos sugerentes. Las decisiones de gobiernos como el de Australia, o entidades como la Unión Europea, de forzar a las plataformas como Google o Facebook a pagar a los medios tradicionales por la explotación abusiva de sus contenidos, violando tanto el derecho de autor como haciendo una competencia abusiva a la hora de vender publicidad. Camino que en los próximos meses seguirían Estados Unidos y Canadá.

Lamentablemente, en Uruguay, todo llega más tarde.

En esta misma semana tuvimos dos episodios de pura y llana desinformación, protagonizados nada menos que por el líder de la oposición, Fernando Pereira. En el primero, el ex sindicalista dijo que hay colas de uruguayos emigrando por el aeropuerto debido a la crisis económica. Tal vez Pereira se confundió al ver a los 200 mil uruguayos que viajaron por las vacaciones de julio, según informó estos días un directivo de las agencias de viaje.

La segunda, fue cuando acusó a los periodistas Aldo Silva y Gabriel Pereyra de operar para el gobierno en el tema de la reforma a la seguridad social. Según Fernando, era imposible que los informativos pudieran hacer notas como “las 10 claves de la reforma”, cuando él no había podido ni leer el proyecto. “Los medios están flechados, y que se enoje del primero al último””, afirmó, agregando que “yo te escucho y parece que sos un escudero del gobierno”.

La situación es tragicómica, porque se trata de dos periodistas a quien nadie puede acusar seriamente de complacientes con el gobierno. Aldo Silva casi que le tiró a Lacalle Pou la responsabilidad por las muertes por covid, y Gabriel Pereyra..., bueno.

Pero, sin embargo, cuando uno ve las publicaciones en redes de militantes y dirigentes de segundo nivel de la oposición, esa visión paranoide se extiende como una mancha de aceite. Eso sí, si Lacalle Pou dice que TV Ciudad juega de local en la sede del FA, cosa admitida por los jerarcas de la señal, parece que se viene el apocalipsis. El que no ve la diferencia entre radio Sarandí, o Telemundo, y el informativo de TV Ciudad, francamente, vive en otro planeta.

A ver, el problema de la desinformación no es nuevo. De hecho, vichando diarios viejos con el editor de “Internacional” Carlos Ríos, para un especial por los 50 años de la tragedia de los Andes, ya por entonces se hablaba de “noticias falsas”. Pero parece que las sociedades en el primer mundo, tal vez al ver el impacto que tuvo este tema con la pandemia, están empezando a desarrollar anticuerpos para controlar en algo el tema. A ver cuánto nos lleva a nosotros ponernos a tiro.

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