Plano americano

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Llueve. Escribo esto -sin saber si lo compartiré en algún momento- desde el lobby de un hotel en Ciudad de México. Gente que va y viene y parece ajena a la lluvia que cae detrás del vidrio, llamadas, reuniones por Zoom. Los lobbies de los hoteles son como grandes avenidas universales.

Hace días convivo con jóvenes líderes de toda América Latina, y en cada charla aparece la misma pregunta: ¿cómo está Uruguay? Al responder, me confundo entre lo que es y el país que -creo- deberíamos tener.

Para exportar ese relato de país, que hasta hace algún tiempo no debía ni construir ni forzar, bastaba con resaltar nuestro espíritu peninsular y esa chapa autocomplaciente del ‘mejor de la clase’. Hablé de la educación, pero desestimé los niveles de deserción y omití que el gobierno no habla del tema; de estabilidad económica, pero evité mencionar el bajo crecimiento. Hablé del agro y de la maravilla de nuestros productores, pero no de que tiramos al piso la leche porque un “conflicto” dejó sin destino la producción. Tampoco mencioné que el sindicato de la pesca impidió dos zafras y dejó sin trabajo al personal de las industrias procesadoras. Hablé de República sin mencionar el vacío de liderazgo que hoy la debilita, el mismo día que atentaron contra la fiscal de Corte -hay días en que las palabras se vuelven más frágiles-.

Las vivezas criollas que han sido transversales a nuestro “modelo de convivencia” siguen ahí; desbordan en el Uruguay corporativista, ahora exacerbadas por el nulo crecimiento económico. Sin embargo, nadie en este gobierno es más optimista que el Ministerio de Economía.

Hay consensos que, lejos de unirnos, nos condenan a la resignación: la idea de que nada puede cambiar rápido, que es mejor dejar que el tiempo y el diálogo social hagan el trabajo, que no conviene incomodar demasiado. Me he ido convenciendo de que el país de hoy, más que buscar consensos, necesita romper con algunos.

¿De qué país hablo fuera del país?

Una nación es también su relato: la narración de sí misma, de sus actos.

No sé qué país nos contamos en casa. No me cierra que sirva el mismo manual que repetimos al unísono desde hace algún tiempo.

Un pensamiento se construye sobre quienes pensaron antes y sobre la coyuntura. En El Patriciado Uruguayo -obra que deberíamos revisar de vez en cuando- Real señala que “es previsible que toda nación que mantiene su identidad social idealice su pasado”, incluso cuando “la identidad sustancial de sus clases dirigentes se ha roto”, porque siempre quedan personajes con los que el presente se reconcilia y valida su tradición.

No sé en qué momento estamos. Quizás se rompió el espejo y la imagen que nos devuelve está deformada. O peor: nos hacemos trampa al solitario y nos autopercibimos un país que fuimos, que ya no somos. En este momento hacen falta dirigencias -y no solo políticas- que se involucren más en las cuestiones que hacen a su viabilidad.

En una ocasión, le preguntaron sobre Brasil al exministro argentino Guido Di Tella. Con ingenio, respondió: “Es un país con mucho futuro… y lo seguirá siendo por mucho tiempo”. Llueve. Entre el murmullo, recuerdo que el Uruguay no siente la lluvia sino cuando le cae encima.

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