El ADN de nuestra izquierda está formado por la exclusión: es ellos o nosotros. Aceptarlo y asumir sus consecuencias políticas es algo que, infelizmente, demasiada militancia y dirigencia de la Coalición Republicana (CR) no termina de interiorizar.
Parte de la dificultad del oficialismo es entendible: le cuesta creer la naturaleza de lo que enfrenta. Es que la vieja raigambre liberal blanca y colorada no escatimaba en duros enfrentamientos, pero también lograba terrenos de encuentros sólidos y duraderos. Toda la arquitectura política de la coparticipación, por ejemplo, cuyos primeros esbozos son de 1870, pasó por aceptar la legitimidad moral, la existencia histórica y la diferencia identitaria de un adversario que formaba parte, como uno, de un mismo país. Coparticipar fue la forma de eliminar la idea de enemigo interno de la Patria; de aceptar la conformación plural y la diferencia; y de construir así el país en conjunto.
El problema es que nuestra izquierda no comulga con esos valores. Para ella hay un sentido de la Historia; hay actores que poseen la razón y otros que están radicalmente equivocados; hay enemigos sustantivos dentro del país con los que no se puede tranzar -quizás sí en cuestiones tácticas y laterales, pero nunca estratégicas y centrales-; y no es posible entonces emprender un camino común forjado sobre el acuerdo y la aceptación de la pluralidad.
Hoy, el FA afirma cosas que no son ciertas: desde la falta de medicamentos hasta el aumento de la desigualdad, la consigna es, a toda costa, fijar un fundamento moral para el enfrentamiento del nosotros contra ellos.
Eso fue la campaña de mentiras que llevó al voto rosado de marzo muy cerca del 50% de apoyo: llegaron a afirmar, por ejemplo, que se privatizaría la enseñanza pública. Y nada de esto es nuevo: para el país de los años sesenta, por ejemplo, las mentiras zurdas se han ocupado de exagerar los ademanes autoritarios que por entonces ocurrieron en lo que, en verdad, era una democracia ejemplar que fue destrozada por huelgas comunistas y guerrillas guevaristas.
Es simpático mirarse en el espejo y decirse que aquí no hay grieta como en Argentina. Pero es mentira. Lo que no hay es un ADN excluyente peronista que alcanza al 60-70% de los votos. Sin embargo, el FA no es menos de 4 de cada 10 uruguayos, y desde hace 20 años. Y actuar como si tuviese un ADN liberal y acuerdista es, francamente, tan ingenuo como inoperante.
La CR tiene que repartir coscorrones políticos. El tono de los senadores Da Silva y Bianchi no puede ser la excepción por lo arrojado y áspero, sino que debiera de ser la norma a partir de la cual sí formar una trinchera, aún más agresiva en el tono y feroz en el contenido, contra una izquierda sustancialmente leninista y desestabilizadora tanto política como socialmente. Porque esta izquierda se va a quejar de todo y por todo, con mentiras y calumnias, es que hay que dejarla de lado y aplicarle el cordón sanitario: avanzar en una decidida acción de gobierno que concrete reformas, mientras que se asegura la total libertad de opinión y reunión para el ejercicio del disenso de esta oposición patrañera.
Quedan solo dos años antes del inicio del ciclo electoral. Hay que picar espuelas, sable en mano.