Pasaportes... a la eternidad

Con el buen propósito de igualar el reconocimiento internacional de los ciudadanos naturales y legales, se acuñaron nuevos pasaportes sin indicación del lugar de nacimiento. Más de un país opuso reservas. Y al cabo de semanas se confirmó que la novedosa omisión provocaba rechazos, especialmente al inmigrar para estadías largas con propósito de estudio o trabajo.

Pasamos semanas con el tema en ristre. Idas, vueltas, reclamos, incertidumbres. La Cancillería minimizó el asunto y se amparó en que estaba analizando, trabajando, en consulta; y el martes 29 informó, junto con el Ministerio del Interior, que desde “el próximo 1° de agosto se volverá a utilizar la versión del pasaporte previa a los cambios introducidos el 16 de abril”.

La marcha atrás era lo obvio, y como tal la justificó el Presidente de la República, al momento de respaldar al Ministro Lubetkin. En verdad, no hacían falta mayores dictámenes técnicos, ni esperas con angustias migratorias. Era lo primero que debía ocurrírsele a quienquiera hubiera sido el autor técnico o político del desaguisado. Para que esa solución se eyectara con la inmediatez de los resortes y la pureza de los niños, bastaba aplicar lógica elemental y sentido común.

Pero desde hace largas décadas, la lógica no es el fuerte nacional. Y a su vez, se perdió entrenamiento en el sentido común. Se vino anquilosando a medida que los “protocolos” -sobrenombre de la rigidez- pusieron distancia entre el pensamiento y la acción, entre los sistemas y la gestión, entre el doliente que pide y el impersonal que lo oye sin repertorio ni facultades ni ganas de resolver. En ese marco, lo obvio se nos enreda solo.

Eso es grave para la gestión de la vida práctica, porque provoca macaneos como éste que nos ocupa. Pero es mucho más grave por lo que afecta a las actitudes desde las cuales cada ciudadano fragua su personalidad y la sociedad, con sus diferencias, forja su comunidad de valores y su abanico de respuestas: todo lo cual es cimiento inconmovible de nuestro edificio constitucional.

Dolorosamente, con cualquier partido en el gobierno bajamos la calidez de la opinión pública, por contagio del alzarse de hombros y el dejar pasar, que empieza por arrugar ante lo absurdo, sigue por callarse ante lo indignante y culmina en convivir los decentes entre rejas con el crimen organizado haciendo asados en la vereda.

Al fin de cuentas la caída del alerta común es un efecto más de ejercer nuestras libertades bajando la guardia, de modo que podemos quedar enzarzados en debates y hasta pedir renuncias por el modo administrativo de emitir pasaportes para cruzar el océano; y sin embargo, aceptamos sin ruido que se esté tramitando un proyecto de reforma penal que, a título de eutanasia, busca autorizar el acto de matar con respaldo médico, afectando el concepto y la ética de los profesionales de la salud y abriendo avenidas para la inducción y el dolo.

Puesto que dos gobiernos de signo distinto tropezaron feo en temas de pasaportes -precisemos: mucho peor el anterior que el actual- y puesto que el Uruguay se debe a sí mismo debates con peso y filosofía, no aceptemos distraídos y levantemos la voz contra la legalización light del pasaporte a la eternidad.

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