Nuevo Parlamento

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Desde 1830 cada 4 años y desde 1967 cada 5, el 15 de febrero anterior a la transmisión de mando presidencial nace una nueva Legislatura. En esa fecha ritual, se instala el elenco parlamentario que votó la ciudadanía. Acompañará por un quinquenio al Poder Ejecutivo a instalarse el 1º de marzo. Al contrario de lo que generalmente se dice, no cambia “el sistema político”. Lo que sí cambia es el elenco político -es decir, los nombres y las figuras- pero no cambia el sistema, que más que “un sistema político” es “el sistema democrático-republicano”, ese admirable régimen de impulsos, frenos y contrapesos que sostiene el cambio pacífico, ordenado y puntual de las nóminas protagonistas y de las orientaciones de la nación.

Un estudio prolijo señala que no fueron reelegidos más de la mitad de los parlamentarios -exactamente el 52%. Se irán de sus escaños con retrogustos. En cambio, el presidente Lacalle fue electo senador pero entregó su renuncia, en gesto que como republicanos ya hemos lamentado.

Los partidos menores quedaron fuera del Poder Legislativo. Hay voces que en el disenso, y hasta en alguna exageración, hicieron surco propio en el Parlamento. Van a extrañarse.

La excepción fue Identidad Soberana, que consagró a dos representantes nacionales: el abogado Gustavo Salle, estentóreo pero a veces certero en sus denuncias, y su hija, la odontóloga Nicole Salle, militante antivacunas igual que su padre. Una singularidad de los orejanos y chúcaros de la política: aquí y en el mundo, suelen entrar dando algún cargo a la esposa o a algún hijo.

Los politólogos analizan la singularidad de que en la Cámara baja no tendrá mayoría el lema que instaura a Yamandú Orsi en la Presidencia de la República, pero en cambio en el Senado sí el FA va a contar con mayoría.

Sin duda, esa ha de ser una particularidad de la etapa que ahora se abre, pero no hay que apreciarla solo en términos de gobernabilidad, porque el Uruguay tuvo muchas veces presidentes que encontraban resistencia en el Parlamento, pero como demócratas supieron administrar sus fuerzas y abrir posibilidades, sin caer en la tentación dictatorial en que sucumbieron Gabriel Terra y Juan María Bordaberry.

Para el futuro de la República, más importantes que los hombres llama-dos a pasar -y que las mayorías siempre en equilibrio inestable- son los principios y los ideales llamados a permanecer, convertidos en semillas del porvenir.

Por eso, nuestro mejor augurio es que el Parlamento ahora naciente se enriquezca con grandes siembras del pensamiento y con el resurgimiento de los ideales humanistas que quieren desarrollar a la persona, a la vez, como individualidad irreemplazable y como ser social insustituible.

En nuestra democracia, las Cámaras no tienen solo la función de legislar y controlar al Poder Ejecutivo. Además, tradicionalmente fueron caja de resonancia para plantear enfoques y adoptar posturas que trascendían el quehacer de cada día. Los grandes legisladores oteaban el horizonte público y defendían convicciones filosóficas. Enseñaban a discurrir y a pensar.

Al iniciarse el alumbramiento de una nueva etapa de su inmensa novela histórica, brindamos por el Uruguay que hizo la hazaña de gobernarse pensando por cuenta propia, en vez de importar modelos que lo colonizan mentalmente.

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