Nosotros los blancos

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Ya estamos a pocos días de las elecciones en las que con el esfuerzo de todo el Partido Nacional y de nuestros socios de la coalición de gobierno, veremos cómo Uruguay elige como presidente a nuestro compañero Álvaro Delgado. Creo que en tiempos así, a veces conviene un poco mirar para adentro y recordar quiénes somos.

Para cargar las pilas, y para recordar que por encima de nuestras agrupaciones, nuestras listas, y nuestras preferencias dentro del partido, hay algo más importante: somos blancos. Blancos que queremos ganar.

Pensando los temas de la coyuntura política actual, derivamos necesariamente en un tema trascendente y quizá de mayor envergadura, porque precisamente, considero que es ahí donde se funda esa cosa tan blanca, y por ende tan linda de gozar de la libertad en forma responsable, como ha sostenido el Presidente de la República de manera contundente. No es un tema menor. Es fundamental. Esto es el uso de “la razón” como medio para entender la realidad del país. La razón está básicamente en nuestro origen, es nuestra marca registrada, pero hay que leer la letra chica de “nuestra razón” que no es la “razón de los demás”. Recapitulo un poco.

Hace tiempo hablaba con algunos correligionarios de la necesidad que tenemos en el Partido Nacional de ponderar en su justa medida la imagen de nuestro fundador Manuel Oribe. Nunca olvidado, pero no siempre tan presente.

Nuestra emoción nos hace sentir al partido poniendo los hitos épicos en las grandes victorias o en aquellas derrotas o tragedias que de alguna manera construyeron nuestra identidad más cercana. Quizá un no blanco no lo entienda.

Pero no seríamos lo que somos sin Wilson preso, sin las injustas muertes del Toba y de la madre de Luis Alberto Heber, sin Herrera llevando al Partido a la victoria ya muy mayor y mirando desde afuera después de una vida de sacrificios, sin Saravia muriendo en su cama rodeado de sus hermanos de armas, sin Leandro Gómez.

No seríamos lo que somos sin los triunfos de 1989 y de 2019, con muchísimo esfuerzo, amor por la tarea, logrando los resultados con carretera, barro en los zapatos, garra y mucha cabeza y creatividad. Pero más allá de la épica de triunfos y derrotas, hay una línea permanente que muestra la consistencia de nuestra colectividad, y de su pensamiento, que para mí tiene su cenit eterno en las ideas de Herrera de las que como sabemos se han nutrido y se nutren todos los sectores de nuestro partido.

Y esto como decía es la razón, la pura razón bien aplicada, que sin lugar a dudas entronca con el concepto plasmado en nuestra divisa “Defensores de las Leyes”. Texto preclaro que nos definió de maravilla, sin prever la trascendencia que tendría en el futuro ese estupendo eslogan cargado de la más pura y dura filosofía.

Defensores de las leyes entronca en la matriz misma del pensamiento liberal, ya que es ahí donde la razón es actor principalísimo del descubrimiento normativo.

Es decir del viaje que a través del conocimiento hace la ley natural para convertirse en derecho positivo. Y en todo caso, si la transición es sana y carente de voluntarismos, en buen derecho o ley buena.

Buena porque es la interpretación más cercana que se puede tener del orden natural (se mire desde Misa, o desde el más puro agnosticismo) y porque está despojada del voluntarismo constructivo que siempre, más tarde o más temprano, tiende a toquetear la realidad de forma artificial, con el cuento de la “razón” que no suele ser en esos casos otra cosa más que el interés del sujeto que se considera intérprete ungido de la voluntad general.

La verdadera razón no inventa, se usa para descubrir. Y eso entiendo que es lo que en nuestra divisa nos legó Oribe, y nos marcó a fuego y hoy nos toca defender en las urnas. ¿Qué tema, no? Hay veces que razonando estas cosas se me va el santo al cielo y quedo colgado pensando en el misterio absoluto que representa la mente de nuestros grandes antepasados.

La profundidad de la visión de Oribe, los motivos verdaderos del accionar de Saravia. Herrera asumiendo los riesgos que tomó y pagó soportando infamias de todo tipo. Qué imperecedero. Eso no era más que la Ley, la verdadera, sobre la política. Nada menos. Hoy como ayer, y como anteayer. Todo esto convierte al Partido Nacional en un instrumento político maravilloso.

Porque la contracara de un actor político que funda su accionar en la razón bien aplicada, es que está libre de dogmas. ¡El Partido Nacional! ¡Es la casa donde cabemos todos! Eso es lo que somos.

Lo que nos diferencia de otras fuerzas políticas que per se son excluyentes. A un blanco no se le ocurre pensar en la lucha de clases… por ejemplo. No da ni para discutir. Valores perennes, insoslayables. El ser humano como centro. ¿Qué más podemos pedir? Nada. Solo eso, y sentirnos orgullosamente miembros de una colectividad sin dogmas.

Y como tales hacer todo nuestro esfuerzo para que Uruguay continúe caminando por la senda de la libertad, de la prosperidad, del desarrollo, del prestigio internacional. Con justicia, con equidad. Sin dogmas.

Nosotros los blancos, defendamos al país de las ideas, no volvamos al de la ideología.

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