El resultado de las internas confirma lo esperado. En la penillanura levemente ondulada, se impusieron los candidatos más mesurados y menos estridentes.
Una de las críticas que se hace al esquema de primarias no obligatorias es que suelen diseñar un menú final de candidatos que caen bien a los militantes, pero que pueden no ser la mejor propuesta para un electorado general. Aquí, no pasó. A tal punto reina la moderación que la temible “ultraderecha” de Cabildo Abierto, que quitaba el sueño a nuestra elite politológica, demostró en este período que lejos estaba de justificar el pamento. Lo único disruptivo que se ve en el panorama electoral es la propuesta de reforma jubilatoria, ese sí un peligro disolvente para nuestra economía, pero que a esta “elite” no parece generarle tanta inquietud. Tal vez porque está demasiado ocupada comentando sobre las camisas y el “discurso vacío” de Ojeda. En contraste, eso sí, con la batería de propuestas programáticas de Orsi.
Esto es irónico, por las dudas.
Este culto a la moderación, que acerca al orgasmo patriótico a algunos analistas, tiene un problema central de fondo: el país tiene una bomba de tiempo entre manos, y nadie parece tomarla en serio. Una bomba, además, que no se va a desactivar haciendo lo mismo que venimos haciendo desde hace 20 años. Y, desde ya, ninguna de las ofertas electorales plantea caminos contundentes para apagar ese “tic-tac”, que se escucha, persistente y perturbador, a poco que se afina el oído.
Tenemos un problema de falta de crecimiento económico crónico, de concentración de lo que producimos en pocos rubros, y a pocos mercados, una tasa de natalidad en caída, y focalizada en los estratos más pobres, un sistema educativo que expulsa a más de la mitad de los jóvenes antes de terminar el liceo. A esto hay que sumar que el entramado empresarial también se concentra cada vez más, y solo parece prosperar con condiciones excepcionales de beneficios tributarios.
O sea que, por un lado tenemos un capital humano cada vez menor, y proporcionalmente menos preparado para el mundo que viene. Y, por otro, una realidad empresarial que no genera estímulos para que haya inversión que cree la riqueza necesaria para mejorar el nivel de vida de la gente en general.
Esta es la verdadera raíz de la que crecen todos los otros problemas que roban la atención de candidatos y votantes. La inseguridad, la polarización, el déficit fiscal, la segmentación urbanística y social, hasta los problemas ambientales, se deben en buena medida a que somos cada vez menos, menos formados, y con menos riqueza para distribuir.
Claro que nos podemos “autoengañar” (siempre queda bien poner ese “auto” adelante de cada palabra), y mirar a las zonas francas, al LATU, o a algunos polos agropecuarios y agroindustriales de primera. Pero, la realidad es que salvo lo que tiene que ver con el campo, todo lo que más o menos funciona bien en Uruguay es porque cuenta con algún régimen de excepción a las reglas generales que tiene que cumplir el uruguayito de a pie.
Ante esto, las propuestas ganadoras de la interna, las que tienen más chance de llegar al poder en noviembre, no presentan mayores soluciones al problema de fondo. El Frente Amplio ni siquiera lo reconoce, y su gran oferta es prometer más o menos explícitamente aumentar impuestos a los de siempre, para recuperar ese medio punto de Índice Gini que tanto duele. Repartiendo luego esos vintenes en programas y planes, de los cuales la parte del león queda en quienes los diseñan y ejecutan. Que, de paso, son casi todos votantes suyos.
En el Partido Nacional se habla de llegar a ser un país del primer mundo. Pero, no se aclara demasiado cómo se puede lograr eso, para lo cual hace falta una economía más dinámica, para lo cual hace falta mucha más inversión, para lo cual hace falta que las empresas sean más rentables. Nadie invierte en un país lejano como Uruguay, a menos que piense que puede ganar bastante más que lo que le ofrecen los instrumentos financieros obvios. El capital local es poco, y encima algunos quieren fundir a las AFAP.
En contra de la propuesta de los blancos, está la noticia de que acabamos de romper el récord de funcionarios públicos, cerramos un acuerdo para tirarle un flotador fiscal a la mayor multinacional de alcohol del mundo para que no cierre una fábrica, y seguimos perdiendo entre 20 y 50 millones de dólares por año, para que cuatro gremialistas nostálgicos mantengan el sueño de la producción estatal de portland.
La pregunta frente a todo esto es, ¿nadie se da cuenta? ¿Ni los dirigentes políticos, ni la sociedad asumen que se precisa un sacudón de crecimiento? Sin pasarnos de dramáticos, el ruido político de cara a octubre parece que ignorará olímpicamente ese “tic- tac” amenazante.