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Qué difícil escribir esta semana. El tema excluyente de conversación es sin dudas la explosión que arrasó un edificio de Villa Biarritz, pero... ¿qué se puede decir de eso?
Más allá de recomendar salir corriendo a revisar la instalación de gas, no mucho. Y el otro tema importante es la cumbre del Mercosur y el TLC con China.
Pero hay tres motivos para no meterse ahí. Primero, que fue el tema de la semana pasada, y si hay algo que uno aprende en este oficio es que columnas en serie son un plomo. Encima, un buen amigo ayer, en La Paloma, nos decía que el tema no le entusiasmaba nada. Por último, la columna del domingo pasado motivó un par de comentarios reconfortantes, en particular de algunos amigos del Frente Amplio. Y seguramente lo que hay para decir esta semana no va a ser tan amigable con su mirada.
¿Por qué? Bueno, la tesis del artículo anterior era que había que dejarse de tanta cháchara mercosuriana, sacar la calculadora, y ver si el TLC nos servía o no con una mirada estratégica uruguaya. Y que para eso se debían manejar datos duros de ganancias y pérdidas, algo que no se estaba viendo en el debate. No ya a nivel de los políticos, sino tampoco en el de los técnicos de los partidos.
Es más, ¿existe esa información? ¿Es parte de ese estudio de prefactibilidad tener claro los sectores que se benefician, los que tienen más para perder, y cuánto costaría ayudarlos a adaptarse?
Ahora bien, es difícil enojarse con el gobierno por no sumar a la oposición a este análisis de manera más estructural. En los dos años largos de gestión de Lacalle Pou, el Frente Amplio ha mostrado una oposición tan cerrada y crispada que no deja mucho margen para el intercambio honesto.
No hablamos ya de la politiquería esperable y habitual. Pero en al menos tres temas clave para el futuro del país, la oposición ha estado lejos de tener un rol constructivo. Cuando arrancó la pandemia, y había que encolumnarse detrás del timonel que iba a pilotear una tormenta impensable, hicieron un caceroleo a los 15 días.
Con la reforma de la seguridad social, que afectará a los gobiernos a futuro más que a éste, decidieron mandar a la comisión negociadora a ¡Ernesto Murro! Y varios dirigentes ya dicen que no la llevan de ninguna forma.
Y en el tema del puerto de Montevideo han hecho un escándalo mayúsculo cuando hasta Miguel Toma ha dicho que él recomendó negociar, y los plazos esos tan indignantes son los mismos que concedieron ellos a UPM.
Tal vez tenga que ver con que no hay hoy un liderazgo claro en el Frente Amplio, alguien que sepa que acordar en estos temas lo puede beneficiar directamente a él cuando le toque llegar al gobierno. Pero después de estos ejemplos, usted, si fuera Lacalle Pou ¿le abriría todas las cartas a la oposición?
Porque además hay un tema delicado en estas negociaciones. Claramente, siempre hay algún sector que no sale beneficiado. Y hay que tener espalda política para resistir la presión y hasta el daño electoral que genera ese efecto. Cuando se acordó el Mercosur, ello provocó la pérdida de muchas industrias y empresas, pero hasta hoy se achaca ese daño a una supuesta ola neoliberal de los 90, que nunca existió.
Curiosamente, o ni tanto, otros que se muestran críticos con un TLC con China son los amigos de Cabildo Abierto. En este caso, más que por empaque electoralero, porque en su cosmogonía, el tema de la integración y de la unidad latinoamericana tiene un lugar central. Y en particular el vínculo con Argentina.
Como alguien forzado en el hogar de adolescente a leer a Abelardo Ramos, a Methol, y a toda esa barra, puede compartir la idea general. Pero la vida es más dura. Argentina hace 30 años o más que es una máquina de pegarse tiros en el pie. ¿En serio podemos pensar en atarnos comercialmente a lo que hagan los argentinos? Hagamos acuerdos culturales, sociales, somos hermanos, primos, “amigues”. Pero habiendo plata de por medio, atarse a los argentinos es como poner un kiosco con un pastabásico.
Por último, y escuchando a algunos expertos estos días, la amenaza concreta de una expulsión del Mercosur o algo así, es bastante irreal. Primero, porque Brasil al menos mientras no vuelva Lula, no va a permitir medidas de ese tipo. Es más, cada día queda más claro que ese gobierno (no tanto la cancillería), nos apoya en esto. Pero, segundo, porque en el Mercosur nadie cumple ninguna norma. Mucho menos Argentina, que se ha pasado por el jopo cada reglamentación interna, cada laudo, cada acuerdo. ¿Con qué rostro nos va a exigir algo a nosotros?
De nuevo, la decisión debe ser de Uruguay, con boleta de almacenero, y atendiendo al mejor interés de los ciudadanos de este país. Más esfuerzo del que hemos puesto para que este proceso de integración funcione no se nos puede pedir.
Bueno. Menos mal que no íbamos a volver a hablar de esto...