Militantes y políticos

Está de moda que algunos dirigentes políticos se definan como militantes. Parecería que es buena cosa serlo y demostrarlo. Durante la campaña electoral departamental en mayo pasado, fue común ver a muchos dirigentes frentistas, y en especial a la candidata montevideana Verónica Piñeiro, enfatizar su condición de “militantes”. Lo decían con orgullo, como si fuera algo esencial para captar votos y ocupar cargos de gestión y confianza política, fueran electivos o por designación.

¿Qué es un militante político? Es quien desde adentro de un partido asume una actitud de adhesión comprometida y disciplinada. Es un activista, se integra a comités, difunde las propuestas electorales para que sus candidatos alcancen cargos públicos, organiza con entusiasmo grandes actos, protestas o incluso va puerta por puerta para predicar a favor de sus causas.

Sin embargo, en la elección departamental, se votó para que políticos fogueados, más que militantes, ocuparan determinados cargos. Los conceptos de lo que es un político y lo que es un militante tienen puntos de contacto, es verdad, pero no son lo mismo. Para hacer campaña la militancia es necesaria, pero para gobernar importa contar con buenos políticos que tengan empatía y capacidad de gestión, hayan o no pasado antes por la militancia.

Todo partido necesita militantes y hay buenos ciudadanos que sienten el deber de asumir compromisos aunque no aspiran a una dedicación profesional política. Optan entonces por cumplir tareas de apoyo a través de la militancia.

Esto es bueno para la democracia, para los partidos y para quienes quieren jugar su parte, como ciudadanos, en la vida política.

Un partido con un apoyo importante de militantes, tiene más visibilidad y capacidad para movilizarse, organizar eventos y llegar a la gente.

Pero a la hora de gobernar, necesita políticos. Sus candidatos al Parlamento, a la presidencia y los eventuales ministros, deben tener (además de las ganas) el olfato, la formación y la solidez de un buen político.

Los militantes son una útil cantera para que los partidos descubran y formen políticos. De los muchos que se acercan a dar horas voluntarias de trabajo, algunos tendrán condiciones para cumplir otro tipo de funciones, también importantes en la vida partidaria. Es a ellos a quienes hay que preparar para asumir responsabilidades que no son menores a los de un militante, pero sí diferentes.

Desde hace tiempo (y no solo en Uruguay) hay una fácil tendencia a subestimar, cuando no a despreciar, a los políticos. Se convirtieron en los chivos expiatorios de todo lo que sale mal y se generalizó la idea de que la tienen fácil en la vida.

Hay malos políticos, es cierto. También hay malos médicos, abogados y periodistas. Pero no todos los médicos, abogados y periodistas lo son y ante ciertas encrucijadas no hay más remedio que confiar en ellos.

Sucede lo mismo con los políticos. Con sus debates expresan las discusiones de una sociedad. Las procesan en el Parlamento en forma relativamente civilizada, mediante la persuasión, la negociación y las concesiones, y evitan que el resto de la población se esté peleando en las calles por los mismos temas.

En la medida que la ciudadanía no le da a ninguno la totalidad de sus votos, no es posible cumplir a rajatabla con lo prometido y eso obliga a transar con los representantes de quienes expresaron puntos de vista distintos y quizás opuestos.

Es fácil acusarlos de no cumplir, de hacer pactos, de arreglarse entre ellos. Más difícil es reconocer que fue la forma repartida en que la ciudadanía votó, lo que los puso ante situaciones complicadas.

Si bien es importante conocer cual es la función del político para no cargar las tintas sobre ellos, también es necesario decir que no siempre están a la altura de lo esperado.

Hay en Uruguay, y en otras partes del mundo, políticos poco sólidos, que se dejan llevar por sus egos y por lo tanto complican la imagen que se tiene de ellos.

Si se observa la integración del gabinete y de otros cargos de este gobierno, se constata que faltan políticos de peso. El gobierno anterior logró armar un gabinete y algunas direcciones con figuras sólidas, no todas ellas dirigentes políticos. Pero hasta ahí llegó y quedó claro que así como lo que el Frente Amplio muestra en el Parlamento es muy flojo, lo mismo ocurre con los otros partidos.

El solo hecho de que gente que aspira a cargos de responsabilidad se defina como militante y eluda decir que es político, muestra cuan mal se entiende lo que se espera de ellos.

Aun así hay buenos políticos y su responsabilidad es la de buscar entre sus militantes a los que tienen no solo talento y capacidad sino vocación de ser políticos, para formarlos y mostrarles como deben prepararse en los temas que importan, a informarse y a argumentar, a persuadir sin dar golpes bajos.

Uruguay necesita consolidar a sus políticos si quiere mantener su actual ubicación entre los escasos países con democracias plenas.

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