Esta columna ha sido censurada tres veces. Autocensurada, más bien, ya que en esas ocasiones arrancamos a escribir sobre el conflicto de Medio Oriente, y por un motivo u otro, decidimos no publicarlas. Pero esta vez, sendas proclamas de dos “amigos”, nos ayudaron a superar inhibiciones.
El primero fue el popular Leo Sarro, que con sus videos de plano impactante, y preguntas incisivas, ha generado una marca propia en las redes. Días atrás posteó un comentario señalando con el dedo a un grupo de periodistas (entre ellos uno de El País) que viajaron a Israel invitados por la embajada, para ver en persona lo que sucede allí. No solemos mencionar a colegas por un tema de códigos. Pero Leo, con su acción, liberó de alguna forma esta referencia.
¿Cuál es el problema en viajar a Israel en este momento? Desde ya que no había ningún condicionante sobre qué decir o limitaciones a con quién hablar. Y en un momento donde todo el mundo parece tener mucho que opinar sobre lo que pasa en Medio Oriente, poder ver en persona esa realidad tan compleja, solo puede enriquecer nuestro trabajo.
Hay un segundo aspecto criticable del comentario de Leo. Y es que su mención implicaba “tirarle en contra” a sus colegas a toda la caterva de energúmenos que lo sigue, y que lo mismo opina con saña de Israel o del juez del clásico. Se parece demasiado a una forma de fomentar la autocensura, cosa que lamentablemente es cada día más habitual en la estrategia de algunas visiones políticas. Que siempre le marcan a los periodistas dónde está la raya que separa a los buenos de los malos.
El segundo amigo que nos forzó a superar frenos fue Gustavo Gómez, habitual comentarista de temas de medios. Gustavo se mostró muy enojado en Twitter por una entrevista que publicó el periodista que viajó a Israel, con un vocero del ejército de ese país, que tiene como peculiaridad haber nacido en Uruguay. Según Gómez, el diario le estaba dando voz poco menos que a Himmler, y reclamaba que se ocultaba información “del otro lado” del conflicto. Se ve que ante tanta actividad del mundo de la consultoría y las plataformas, el amigo Gustavo no ha leído mucho El País en estos meses.
Porque el diario publica a diario servicios internacionales de medios europeos, que en el tema Medio Oriente tienen una postura tan anti israelí que genera más de un dolor de cabeza. Y más de un desmentido, como aquel misil israelí que había matado a 300 palestinos (casi todos niños, como siempre), y que a los tres días resultó que era un cohete fallido de la Jihad Islámica, y los muertos no llegaban a 40. O este niño palestino que estaba famélico, pero que resultó que su impactante aspecto tenía más que ver con una enfermedad previa, que con la guerra de ahora.
Es que de manera contraintuitiva, el principal problema hoy para un medio en América Latina (para hacer bien su trabajo) es superar el sesgo pro árabe que tienen muchos medios europeos y americanos, ya sea por su población islámica, o por el corte ideológico de sus periodistas. Esta semana vimos cómo algunas de las fotos más impactantes del conflicto, han sido burdamente escenificadas, sin que eso evite que, por ejemplo Time, las use de portada.
Si hay algo que nos resulta enigmático de todo este tema es el alineamiento acrítico de todo aquel que se considera “de izquierda” con la causa palestina. Incluso desde el propio 7 de octubre, cuando Gaza era ese supuesto vergel de progreso, que algunos reivindican en base a las fotos de Google Earth. ¿Qué puede tener que ver la izquierda con una causa liderada por un grupo ultra religioso? Vaya usted a saber.
Esto desde ya no significa que en aquel conflicto no estén pasando cosas espantosas. Y da para preguntarse por qué Israel sigue metida en esa tragedia de Gaza, cuando en pocos meses ha logrado cambiar a su favor todo el mapa político de la región. Cosa que casi pasa desapercibida en medio de la pornomiseria diaria.
Pero lo que impacta es la contundencia de algunos juicios de valor, hechos a miles de kilómetros de distancia, y por gente que deja en claro que no sabía nada del tema hasta hace seis meses.
En nuestras redes tenemos amigos en varios países árabes. No deja de sorprender que Hadeel desde Ryad, Ahmed, desde El Cairo, o Yasmeen desde Bagdad, tengan posturas más mesuradas que Cristina, desde su estudio de yoga en José Ignacio, o Fabio con su página de surf en Montevideo. Hablábamos de eso el otro día con Hezha, una amiga kurda, que nos decía que “incluso para nosotros que conocemos la cultura, y hablamos el idioma, es tan difícil saber qué es verdad y que no”. ¿Cómo es que en Uruguay hay tanta gente que tiene todo tan claro? Si algo aprendimos en nuestra visita hace años a Medio Oriente es que nada allí es lo que parece. Por eso es tan importante ir. Por eso, tal vez, algunos prefieren que no vaya nadie.