Lo que hay y lo que falta

El tiempo corre, su tic-tac es imparable e implacable. Pero no todos los tiempos son iguales. Los cinco años de gobierno tienen sus fases: al tiempo inicial los periodistas lo llaman luna de miel. El gobierno de Orsi está ahora en esa fase: lo que siga tendrá un nombre de acuerdo a cómo le vaya.

Más allá de los esquematismos periodísticos lo que este gobierno ha venido haciendo hasta ahora, hasta la presentación del presupuesto, es acomodar el cuerpo en función de lo que pueda sobrevenir. ¿En qué consiste esto? Consiste en tratar de consolidar un relato que dice que han recibido todo peor de lo que esperaban, que las dificultades son mayores de lo previsto y que si algo sale mal o no tan bien como lo prometieron la culpa no es de ellos sino de los que estaban antes.

La oposición, por su parte, -y estoy pensando particularmente en el Partido Nacional- está ocupada en el combate contra aquel relato del Frente Amplio y busca defender el legado que dejó el período presidencial de Luis Lacalle Pou y todos los logros que allí figuran.

Este contrapunto básico lleva a que el tiempo político que corre, más allá de la pretensión de los protagonistas y más allá de que ellos se hayan dado cuenta o no, sea un tiempo político ocupado por el pasado: su asunto es el pasado, cómo fue o cómo no fue, qué dejó y qué no dejó.

Pero además de estar ocupado por el pasado este tiempo que corre está centrado, casi absorbido, por asuntos que si bien apasionan a los actores del escenario político -las dirigencias- son de escaso interés general, es decir, ajenos a lo que vulgarmente se llama los problemas de la gente. Por eso, para la gente, hay una sensación de que todavía no pasa nada, (y eso lo recogen todas las encuestas de opinión). Agrego -y es una impresión estrictamente personal- la gente no politizada, que es la mayoría, recibe con alivio este no pasar nada (lo que explica el alto nivel de popularidad de Orsi).

Pero ese período inicial, tiempo de echarse las culpas unos a otros, de descalificaciones recíprocas, es de tiro corto. Se agota por repetitivo, por áspero y porque, fuera del mundillo político, aburre. Empezará muy pronto un tiempo distinto, de proponer más que de reprochar. El gobierno empezará sus tareas y la oposición las suyas. Me interesa detenerme en el Partido Nacional.

El Partido Nacional está en la oposición, es verdad, pero no puede ser que imagine y encare su quehacer en decir que no a todo lo del gobierno, corriendo de atrás, contestando y objetando, nunca proponiendo, con un discurso propio.

El Partido Nacional, desde la oposición casi siempre, desde el gobierno a veces, SIEMPRE ha sido un dinamizador de la vida cívica. Fuerza vital imbuida de un orgulloso sentido patriótico, el cual deriva en cálido aprecio de lo nuestro, de lo nacional, de lo de acá. El viejo Partido, ennoviado desde siempre con la libertad, como lo llamó Herrera en un último discurso de atardecer desde el balcón de su quinta en la calle Larrañaga. Partido amante de la libertad y enemigo de las prepotencias, vengan de donde vengan. Partido que le ha dado a la Patria tanto heroísmos como canciones, cuyas memorias -las de ambas- todavía nos hablan al corazón, nos siguen estremeciendo y nos impulsan a relegar un poco los intereses personales para servir a la Patria bajo la bandera de Defensores de las Leyes.

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