El escudo del Partido Nacional reza “Somos idea. La unión nos hará fuerza”. Así de sencillo, así de difícil. Evidentemente debe estar en nuestro ADN la complejidad de lograr ese noble objetivo, tanto así que hubo que tatuarlo en el escudo de nuestra colectividad, como si no fuera una cuestión ni natural ni obvia.
La unidad no es unanimidad, pero sí es respeto. En la frase “es un partido de hombre libres” debe estribar la amplitud de pensamiento, no la patente de corso para andar sable en mano y carabina a la espalda embistiendo compañeros. Cada blanco tiene su perspectiva, porque somos distintos y tenemos distintas responsabilidades. Hay que entenderlo. No hay obligación de pensar igual que el otro, pero sí de respetarlo y más aún de no atacarlo.
No es lo mismo la coyuntura de un Intendente blanco que está gobernando que la de un parlamentario que está hoy en rol de oposición. Es esperable no tener los mismos tonos, los mismos focos y las mismas prioridades. Ser conscientes de los tiempos es vital, es estratégico. No son tiempos electorales, son tiempos de presupuesto, de acarrear agua para los molinos de gestión, de no ganar enemigos innecesarios y de enfocarse en la gente más que en personalismos. Pero también son tiempos de marcar fuerte al gobierno, de tener una acérrima oposición, de no dejarse atropellar, de ser críticos y perseverantes adversarios.
Pero “una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa” como decía Wilson. Ni pelado, ni con dos pelucas. Hay tiempo para todo, oportunidad para todo, y público para todos. Porque hay uruguayos deseosos de una oposición sin tregua y también para quienes pretenden mano tendida, hay ciudadanos que piden gestión de gobierno y hay quienes gritan “no me le aflojen al FA, párense firmes”.
Lo que a veces pasa es que cuestiones personales trascienden al ámbito público y se disfrazan de cuestiones políticas. Y ello conlleva la consecuencia de abrir flancos innecesarios, genera vulnerabilidades y distrae el foco de la atención con un gobierno que no para de equivocarse. Aquello de Napoleón de que cuando el adversario se esté equivocando no hay que interrumpirlo. Pues no, siempre hay quienes están dispuestos a resquebrajar unidad y entorpecer la funcionalidad y lograr así poner el foco en lo intrascendente pero ruidoso en lugar de lo importante. Los blancos de a pie quieren y merecen unidad. Por respeto y por estrategia, por fraternidad y por funcionalidad.
Hay que enamorarse más de las causas que de sí mismos. Porque aburre y molesta ver blancos cruzándose en redes o en los medios. Y obvio que rinde mediáticamente la pelea, hace más ruido un árbol que se cae que un monte creciendo. Pero miremos más allá de la inmediatez y el golpe de dopamina al ego que da medirse con un compañero.
La unidad es indispensable para ser eficientes en la representación de todos los blancos. Porque hay que representarlos a todos.
Las diferencias si son políticas son válidas y enriquecen, porque por definición representa un pensamiento y por lo tanto hay muchos que piensan así, pero el agravio y la descalificación solo quita legitimidad. Se la quita a quien ataca y se la quita al Partido, que pierde la fortaleza que da la unidad, y no por uniforme sino porque evidencia la carencia de la “affectio societatis” necesaria para ser atractivos hacia la gente. Es difícil abrazar desde afuera una colectividad que no se abraza hacia adentro.
Creer que el liderazgo se ejerce desde un caudillismo que avasalla y se impone es no entender los nuevos tiempos y habla más de nuestras falencias que de nuestras virtudes.
Nuestra historia tiene demasiados enfrentamientos internos como para no haber aprendido la lección. Que las diferencias sean estratégicas, no éticas. Que los blancos de a pie sientan orgullo de sus referentes. Si no se les da autocrítica por lo menos que se les de respeto. Y estas cosas hay que hablarlas. Hay un libro de George Lakoff que se llama “No pienses en un elefante”, que refiere a las ideas y a los marcos mentales. Y naturalmente hablar la importancia de tener algo hace referencia a su ausencia
Hablar de la necesidad de unidad lo que evidencia es la carencia en ocasiones de la misma. Pero hay que hablar del elefante del Lakoff, hay que hablar de nuestras debilidades para fortalecernos. Eso también es autocrítica y también es necesaria. Porque responsabilidades tenemos todos. Algunos las tienen mayores que otros, pero al Partido lo hacemos todos y por lo tanto hay que hacerse cargo.
En Política es demasiado corriente la conducta de quienes para posicionarse deslegitiman al otro en el plano personal. Es tan corriente que llama más la atención la honestidad intelectual de quien aún pensando distinto reconoce al otro o quien compitiendo por el mismo espacio valora a su competidor. Llama más la atención el gesto honorable que el agravio. Y sin dudas rinde más.
La falacia ad hominem de quien ataca a la persona y no al argumento, los deja regalados. Es un offside que se ve desde lejos y no suma ni a quien la ejerce ni al tema de fondo.
Reflexionar sobre la unidad no es dar cátedra de nada. Nadie tiene derecho a decirle a nadie qué hay que hacer ni qué es lo correcto, es simplemente una invitación a la humildad. La humildad de entender que cada accionar puede no estar causando el objetivo deseado, de entender que hay quienes pretenden y merecen otra cosa, y de asumir que nadie es dueño de la verdad. Decir que “para un blanco no hay nada mejor que otro blanco” no es una frase hecha y trillada, es un mandato de unidad y de responsabilidad. Los líderes políticos tienen un honor extra que trae consigo responsabilidades superiores. Se deben a su gente y a su colectividad más que a su ímpetu y su amor propio.
Hay una historia de Aparicio Saravia, que recorriendo los fogones de su tropa en una fría noche encuentra temblando de frío a uno de sus soldados. Se para frente a él, se saca el poncho y le dice “tome mi poncho compañero, que no puedo ver temblar de frío a quien no he visto temblar de miedo en la batalla”. Hoy, en 2025, con tanta agua que ha corrido bajo el puente, no es buena cosa luchar contra un compañero que no ha temblado al luchar por las mismas causas que uno. A un compañero se lo abriga, no se le quita el poncho.