El pasado 15 de octubre murió en Guadalajara Jesús Silva Fernández, diplomático español con una brillante carrera, a quien se debe recordar fundamentalmente como un gran demócrata. Jesús fue quien enfrentó con firmeza, aplomo, seriedad, y determinación a los gorilas de la dictadura chavista encabezada por Maduro.
Jesús fue - tal como lo definió Leopoldo López- un diplomático en tiempos de dictadura. Jesús fue quien dio refugio a Leopoldo López, y facilitó de alguna manera su salida hacia España.
Se ganó con justicia el mérito de ser despreciado por el sangriento régimen, el que no perdió oportunidad de complicarle la vida.
Brilló frente a una opaca comunidad diplomática instalada en Caracas que más bien ha preferido ignorar los atropellos a los derechos humanos, que denunciarlos, y por eso fue reconocido por diversas organizaciones prestigiosas de derechos humanos.
Una lástima que el gobierno de España no reconozca su labor, ni aún de manera póstuma. Porque Jesús fue un excelente diplomático, pero fundamentalmente fue un gran español.
Fue un dignísimo representante de esa hombría de bien que es tan característica del español de toda la vida, del de los códigos, los valores, el caballero de pocas palabras y gestos nobles. Tenía todas las virtudes de esos españoles que a veces hoy echamos de menos. Fue un heredero de esa impronta de bien que legaron el Rey Emérito y Adolfo Suárez - y a la que tanto debemos los orientales - que mandata a promover la democracia y luchar por los derechos humanos.
En este mundo cobarde y mezquino en el que vivimos, donde muchos políticos hablan de democracia, pero pocos la defienden verdaderamente cuando se encuentran cara a cara con el mal, siempre vale la pena destacar a los valientes. Porque el silencio de los justos es lo que más cómodo les resulta a los tiranos. Por eso hay que levantar la voz, y nunca callar ante la atrocidad.
Fue un valiente acto de democracia el de Lacalle Pou increpando a Diaz Canel por la falta de libertades en Cuba. Washington Abdala destacó en la OEA con su denuncia de las atrocidades en Venezuela.
La comunidad internacional -la verdaderamente demócrata, claro está - mira azorada hoy a los distintos mandatarios que titubean o ni siquiera se han dignado en felicitar a
María Corina Machado por la distinción de haber ganado el Premio Nóbel de la Paz. El mundo del revés.
Denunciar las violaciones a los derechos humanos en Venezuela y Cuba en todos los ámbitos donde sea posible es un acto de compromiso con la democracia y los valores humanistas.
Sostener el derecho de Israel a defenderse tal como lo ha hecho, en pleno respeto a las normas de derecho internacional público, también es un acto de compromiso con este modelo de convivencia que nos hemos dado los occidentales.
Cuando algunos titubean. Cuando todo comienza a valorarse con medias tintas y flojera, a veces conviene recordar a Churchill. Y nunca blandear frente a los malos. Sus elocuentes palabras dejaron bien claro que la libertad debe ser defendida en todo momento y a toda hora.
Donde sea.
Wilson también nos enseñó que el compromiso con la libertad es cosa de todos los días.