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Las caricias del horror

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Una ironía revulsiva flotaba en la escena. Con uniforme militar, la cara tapada con pasamontañas y la vincha verde de Hamas, los terroristas de la organización que los había secuestrado y llevaban a los niños de la mano hasta la ambulancia que los aguardaba. Quienes debían llevarlos de la mano eran los miembros de la Cruz Roja que recibían a los rehenes liberados. Pero los miembros de Hamas se negaban a soltarlos y, como si fueran tiernos baby sisters, los acompañaron hasta las ambulancias y buses. También llevaban de la mano a las ancianas y, como hicieron con los niños, las despidieron con abrazos.

Quien montó esa escena de propaganda política, era nada menos que el régimen que el 7 de octubre había invadido aldeas agrícolas, kibutzin y un festival juvenil de música violando, torturando, y masacrando judíos disparándoles a mansalva, acuchillándolos, quemándolos vivos y decapitándolos.

Entre los mil cuatrocientos aniquilados, hay muchos bebés y niños menores de 13 años.

Con esos uniformes, aunque sin las salpicaduras de sangre que dejan los apuñalamientos y las decapitaciones, actúan en la escena en la que entregan niños y ancianas a la Cruz Roja.

En el mundo, “los Roger Waters de la vida” habrán encontrado una razón más para separar a Hamás de la tragedia en la que sumergió al pueblo palestino de Gaza. Indudablemente Israel tiene responsabilidad en las miles de muertes que produce esta guerra. Tiene lógica que gobiernos y organismos internacionales le exijan el cumplimiento de las leyes de guerra. Tiene lógica que denuncien y cuestionen duramente las muertes de civiles que producen sus bombardeos. Hay responsabilidad israelí en esta tragedia humanitaria.

Pero es repudiable que algunos no mencionen la responsabilidad de Hamas. Quienes festejaban en Cisjordania el regreso de los palestinos excarcelados a cambio de rehenes secuestrados, le agradecían a Hamas traerlos de vuelta a casa. Fue un éxito político de la organización terrorista, porque nadie le decía a los micrófonos que se les cruzaban en las calles colmadas, que esas excarcelaciones costaron miles de vidas y una catástrofe humanitaria.

Si en lugar de un montaje propagandístico de Hamas, hubiera habido la recepción de excarcelados que la moral y el sentido común imponen, no se habrían visto festejos ni agradecimientos a los terroristas.

¿Cómo festejar que salgan de la cárcel un puñado de palestinos cuando otros miles han tenido que morir para que eso suceda? ¿Qué agradecen a Hamás los que celebran?

Las posibles respuestas son oscuras. Pero así está planteada esta guerra. Del mismo modo que Vladimir Putin lleva meses usando soldados rusos como carne de cañón en Ucrania, la organización terrorista que lidera Ismail Haniye desde la opulenta Qatar usa a los civiles gazatíes como víctimas necesarias de los ataques de Israel, para ganar la batalla en la dimensión de la opinión pública mundial y tallar un estigma que anatemice al Estado judío.

Pero en un pueblo como el cisjordano, que va perdiendo su territorio a manos de agresivos colonos israelíes porque se multiplican sus asentamientos, muchos no ven los ríos de sangre palestina con que Hamás riega el estigma de Israel. Lo que ven es palestinos que “Hamás sacó de las cárceles israelíes” y el contraste con la imposibilidad de mostrar resultados que tiene la cada vez más fantasmagórica Autoridad Palestina que preside Mahmoud Abbas.

Es lógico que se cuestione la embestida israelí para acabar con Hamás por las víctimas civiles que causa. Sería un mundo espantoso el que guardara silencio ante la muerte de niños y otras víctimas inocentes.

Pero no tienen autoridad moral para esa crítica los que nunca le preguntan a Hamas porque llegó a la quinta guerra contra Israel sin refugios antiaéreos, ni sistemas de alarmas, ni defensa antiaérea con misilería anti-misiles.

No tienen autoridad moral los que callaron las miles de muertes que dejó el asalto a Mosul por las tropas iraquíes, en el 2016, ni las matanzas que provocaron los rusos en los bombardeos sobre Alepo, ni las masacres con armas químicas que hizo el régimen de Bashar al Assad en suburbios de la mismísima Damasco.

Los que callan las masacres que provocan los hutíes a sus enemigos en Yemén, y las que provocan los saudíes contra los hutíes, y los ayatolas iraníes para aplastar las protestas populares, no tienen el derecho moral para estar en el coro de repudios a Israel. La lista de masacres es larga y toca a todos en el Oriente Medio.

Eso no justifica a Israel. Lo que hace es exigir la coherencia que no tienen los Roger Waters de la vida.

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