Lo prometido es deuda. Así que la columna “Aparicio no comía alpiste”, anticipada durante una muy desafiante entrevista con Orlando Petinatti (salimos como si hubiéramos corrido una maratón), será el próximo domingo. Pero lo que nos cambió los planes fue la propuesta de los productores de Séptimo Día, otro quiosco de este autor, que nos convocaron a debatir sobre pobreza infantil.
Es que como comentábamos con Petinatti, el tema de la TV es que es un lenguaje tan ajeno para alguien acostumbrado al texto escrito, que apenas se apagan las luces, se nos empiezan a ocurrir cosas obvias que no dijimos. Y por eso preferimos sentarnos con calma a escribir algo al respecto.
Lo primero a comentar es que hace ruido esa manía de poner nombre y apellido a los temas. Uruguay tiene un problema de pobreza. Punto. No es que nadie odie a los niños y esté planificando su sufrir. Es que los hogares más pobres son los que tienen más hijos, y por eso si uno mira la estadística, la mitad de nacimientos se dan en condiciones de pobreza.
Aquí nos interesaba marcar algo que no se suele discutir. ¿Por qué los hogares de clase media y media alta tienen tan pocos hijos? Algunos, porque es una tendencia cultural, ok. Pero hay muchos que no tienen más hijos por un tema netamente económico. Y es que para los estándares de vida, para los ideales de confort que nuestra sociedad marca a esas clases medias, tener hijos es un golpe letal.
Vaya y vea lo que cuestan los pañales, las medicinas, la ropa, no le digo si llega a aspirar a pagar por educación. O si trabaja y requiere asistencia en los cuidados.
¿Por qué traemos esto a colación? Porque desde el regreso de la democracia, todos los gobiernos han impulsado todo tipo de programas, ayudas, esquemas “sociales” para reducir la pobreza infantil, y sin embargo, la cosa no mejora. O sea, ha habido mejoras estadísticas en base a que como la pobreza se suele medir por ingresos, si se contabilizan determinadas ayudas públicas, los datos parecen superarse.
Pero cualquier entendido le podrá explicar que salvo pequeñas variaciones, el núcleo duro de la pobreza en el país, se mantiene en cifras escandalosas. Y ni siquiera el fuerte crecimiento económico que ha vivido Uruguay desde la crisis del 2002 ha permitido abatir esos datos de forma determinante.
El otro tema interesante es que nuestro país tiene un sistema de educación gratuito, que va casi desde el nacimiento hasta el título universitario. Ese sistema que tanto nos enorgullece no ha logrado consolidar un proceso de ascenso social de los sectores más pobres. Tampoco ha sido suficiente como para aliviar a las clases medias de los costos altísimos de vida.
Por último, todavía no hemos visto en el mundo un país que haya logrado abatir la pobreza de manera relevante, infantil o adulta, en base a programas de ayuda pública. Estos pueden apoyar, mejorar algunas cosas. Y es verdad que está estudiado que la manera más eficiente de usar recursos públicos para abatir la pobreza, es invertirla en la infancia. Basta leer los trabajos del Nobel James Heckman al respecto. Como anécdota, don Heckman es un liberal, que estuvo hace poco en Argentina, atraído por el fenómeno Milei.
Pero a lo que vamos es que el problema de fondo en Uruguay es más de movilidad social, que de otra cosa. Los sectores más pobres llevan generaciones sepultados en esa condición, que ya es cultural más que económica. Por eso el diferencial en nacimientos, por eso las tasas de violencia, por eso la creciente grieta hasta en la forma de relacionamiento con otros sectores, que vemos todos los días en las calles.
Y los sectores medios viven aferrados con las uñas, de una condición social de la que cualquier vientito, los manda al descenso. Por eso incluso su estatus no representa un “modelo al éxito” a imitar para los sectores más humildes. Cuando vemos a grupos de muchachos en barrios pobres “haciendo esquina”, apostando a las changas o directamente al narco menudeo, ¿es porque son tontos? ¿o es que el camino “formal” de avance que les ofrece la sociedad no luce atractivo?
Hablamos del tema educativo, de las regulaciones laborales, del sistema impositivo, de las condiciones de vida de quienes incluso están por encima del proverbial “25milpesismo”.
Para picarla, hay textos interesantes del profesor Alberto Benegas Lynch, donde dice que los impuestos progresivos, tan admirados aquí, son la muerte del sistema de movilidad social. Porque apenas progresás un poco, te ponen una lápida en la cabeza.
Pasando raya, el problema de fondo con la pobreza en Uruguay, va mucho más allá de lo infantil, o de ayudas para mejorar allí. ¿Que esto es esencial? Sin dudas. Pero si no cambiamos aspectos más de fondo de nuestra organización política, económica y social, la cosa no va a mejorar radicalmente. Algo que viendo el tono de la última campaña, muy pocos uruguayos ven. O quieren ver.