Con el previsible triunfo de Kast en Chile y el voto de octubre a Milei, sumado a lo demás que conocemos en otros países, es evidente que hay una ola de derecha en el continente. ¿Seremos una isla por muchos años más o nos iremos corriendo primero hacia el centro en esta administración y luego hacia la alternancia al Frente Amplio en 2029?
Quizás haya un pragmatismo muy Orsi que nos lleve a beneficiarnos de los cambios que lleguen por esta nueva ola. Por un lado, la apertura argentina a Estados Unidos nos conviene mucho para terminar con el cerco del Mercosur. Y si en 2026 Brasil también vira a la derecha, no hay por qué seguir tocando la quena y el charango de la integración latinoamericana: ya no habrá más partituras folclóricas disponibles. Por otro lado, Trump, Milei y Kast harán que las imposiciones de las agencias ONU pierdan fuerza y vigor, por lo que todas las consecuencias en políticas energéticas derivadas de su delirio ambientalista y las políticas anti- familias hijas de su dogmatismo malthusiano seguramente quedarán relegadas incluso durante esta administración.
Pero más allá de esta evolución regional, una dimensión propia marcará nuestro debate, a pesar de que sigamos tapándonos los ojos con las dos manos como un niño que no quiere ver lo que lo asusta: la espiral de violencia criminal y corrosión social generada por el narco. Digámoslo claro: no estamos en la fase de evitar que se creen las condiciones para que alguna organización criminal ligada al narcotráfico asesine a alguna autoridad judicial o ejecutiva que la esté combatiendo. Luego de las amenazas ya conocidas a distintas autoridades y del ataque a la fiscal de corte, infelizmente estamos en la fase en la que sabemos que eso ocurrirá. Lo único que no sabemos es cuándo.
Cuando superemos los 400 asesinatos por año, como ya ocurrió en 2018; cuando hayan asesinado a alguna autoridad pública; y cuando la sensación de inseguridad sea más potente que las iniciativas oficialistas para dar tranquilidad de que la situación está bajo control, entonces habrá naturalmente dos movimientos. El primero será una mayor insatisfacción con el gobierno que se sumará, además, a las consecuencias de un crecimiento anémico. El segundo será mirar con atención para el otro lado, es decir, decirse que quienes pueden devolver sosiego y prosperidad son los liderados por Lacalle Pou en un sentido amplio.
Los dos le hablarán a un perfil ideológico más derechista y cuyas prioridades son el orden social y el crecimiento económico. En el espacio de partidos de la Coalición Republicana sin duda habrá quienes se organizarán para satisfacer esas demandas a las que, por cierto, no les interesa para nada la autocrítica vintage maoísta que invadió a los blancos en esta primavera. Son prioridades que ya se habrán desarrollado en Argentina, Chile y Estados Unidos. Sus éxitos habrán sido ciertamente variables, pero siempre mayores que la inacción izquierdista local sumida como seguirá estando a los dogmas del combate a la desigualdad, de la desprisionalización y de la victimización de la criminalidad.
La ola ya se ha formado. Se subirá a la gravedad de nuestros problemas. Romperá en nuestras costas dentro de unos cuantos meses. Para encauzarla convendrá ser surfista y político a la vez.