Hace poco más de una década, en el año 2012, una joven y menuda María Corina Machado se puso de pie para interrumpir un larguísimo discurso de ocho horas que profería el entonces mandamás Hugo Chávez. Le dijo en la cara que “la Venezuela decente no quiere avanzar hacia el comunismo. Quiere respeto a la propiedad, solidaridad, justicia y superación. ¿Cómo puede usted hablar, Presidente, que respeta al sector privado, cuando se ha dedicado a expropiar, que es robar?” Chávez se mostraba tolerante, pidiendo a sus alcahuetes que no la abuchearan, pero ahí intervino sorprendido: “¿Robar?” Ella no se amilanó: “¡Sí! Las propiedades de empresarios, comerciantes, hasta pequeñas posadas a quienes ni siquiera se les ha resarcido su propiedad. Acá hay una Venezuela decente que quiere una transformación profunda. El tiempo se les acabó. Es el momento de una nueva Venezuela. Sí, acepte el debate, Presidente”.
El tirano la calificó de “burguesita de fina estampa”, recomendándole que “gane primero las primarias, porque usted está fuera de ranking para debatir conmigo. Águila no caza mosca”.
Lo bueno que tiene la historia es que casi siempre pone en su lugar a quien escupe para arriba. Once años después, María Corina siguió el consejo de su némesis y arrasó con más del 90% de los votos de las primarias de 2023, unificando en su respaldo a toda la oposición al régimen. Y hoy miércoles, está recibiendo el Premio Nobel de la Paz. En tanto, buena parte de la izquierda latinoamericana -si puede llamarse así a gente que defiende una dictadura sanguinaria, fraudulenta y hambreadora- hace gárgaras con la alineación estratégica de Machado con EE.UU. Llegué a escuchar a una inefable dirigente frenteamplista acusarla de ser “agente de la CIA”, así nomás. Si te empeñás en sacarles la máscara de justicieros, seguro que te cuelgan ese mote facilongo. De lo mismo acusaban en los 60 a quienes discrepaban con el hoy perimido recetario marxista-leninista.
Cuando Chávez la trataba de insecto y ricachona sexy, el feminismo progre no salió a defenderla. A algunos parece que les están permitidos los comentarios machistas y la cosificación de la mujer.
Durante el último mes, el insufrible algoritmo llenó mis redes sociales de fake news que hablaban de que el Instituto Nobel se había arrepentido de la decisión, por descubrir que la designada era en realidad una golpista y bla bla bla. Que la dictadura criminal use cualquier recurso para perpetuarse es comprensible, pero que todavía haya en nuestra supuesta democracia ejemplar gente que la apoya, la verdad es que da vergüenza. Y no ajena.
No hace falta doctorarse en ciencia política para entender lo que está pasando. Alcanza con hablar con cualquiera de los miles de venezolanos llegados a nuestro país, hartos de la narcodictadura de Maduro, de la miseria y la persecución, y al mismo tiempo urgidos de enviar a sus familiares los recursos que puedan ganar acá trabajando en lo que sea. Como Mayra, doctora en Educación que consiguió un cargo de adscripta en un liceo privado, pero complementa los ingresos que envía mes a mes a Caracas para su madre, trabajando de noche como moza en una pizzería de la calle San José.
Alcanza con enterarse de que las organizaciones de Derechos Humanos han registrado 18.579 detenciones políticas en ese país, mientras un Maduro payasesco baila ante las cámaras de televisión, adelanta la navidad por decreto y se divierte pronunciando mal “peace yes, war no”.
Hay que ser muy ignorante o muy hipócrita para no entenderlo: cuando los paradigmas ideológicos se caen solos, se necesita un mínimo de honestidad intelectual para bajarse de los automatismos y aceptar que lo que ocurre en Venezuela es una catástrofe humanitaria. La política belicista de EE.UU. puede discutirse, pero satanizar justo a quien está en situación de clandestinidad porque le robaron las elecciones, encarcelaron a sus colaboradores directos y hasta patotearon a sus familiares, es de una indignidad rayana en lo repugnante.
Ellos también, desde sus confortables sillones uruguayos, son águilas felices de aplastar a la mosca, aunque con eso se burlen de la dignidad y frágil supervivencia de un pueblo hermano.
Hace un mes, desde su obligado escondite, la ganadora del Nobel posteó un video de 14 minutos que tituló “Manifiesto de libertad”, a la que se refirió en el sentido de que “no es un privilegio concedido por el gobierno, sino un derecho inherente a la naturaleza misma de nuestra humanidad”. Agregó que “Venezuela solo se levantará plenamente cuando quienes cometieron crímenes de lesa humanidad sean juzgados por la ley y por la historia”. Y uno no puede menos que sorprenderse al comprobar que los mismos que reclaman una idéntica justicia contra quienes cometieron tales aberraciones durante la dictadura de los años 70, a ella la difaman.
Ojalá el Nobel de hoy ayude a Venezuela a recuperar un sistema político donde no haya más águilas ni moscas, sino un gobierno decente y ciudadanos libres.