La mágica noche de San Juan

Para muchos uruguayos el 24 de junio es una fecha que pasa casi desapercibida. Pero para otros es una festividad especial que se celebra en varias partes del mundo, en particular en su víspera, que es la mágica noche de San Juan. Es una de las tradiciones más transversales del planeta debido a sus orígenes, en la que se reúnen vecinos y encienden fogones, donde muchos tiran al fuego papeles en los que escriben deseos o pensamientos para desprenderse del pasado indeseado. Algunos incluso se animan a saltar la fogata. Muchas veces se acompaña con propuestas gastronómicas, música en vivo y espectáculos.

La historia detrás de la celebración en esta fecha tiene su origen en lo religioso, pero también en lo pagano. Es una festividad cristiana que conmemora el nacimiento de San Juan Bautista -“la voz que clama en el desierto”- seis meses antes de la Navidad. Fue quien tuvo la misión de predicar en el desierto preparando el camino para la llegada de Jesús, además de ser quien lo bautizara.

Pero la celebración también tiene raíces en festividades paganas. En esta fecha se celebra el solsticio de verano en el hemisferio norte, el momento en que el sol está en su punto más alto, lo que dio lugar a conmemorar la fertilidad, la luz y el renacimiento. Es por ello que en ambos ritos las hogueras representan renovación y purificación.

En nuestro país el 24 de junio nos encuentra en pleno invierno, con noches frías. Para algunos, solitarias. Es por ello que rituales como este se convierten en gestos simples, pero potentes, que no pierden validez.

El historiador Mircea Eliade veía en los rituales una forma de salir del tiempo ordinario y entrar en un “tiempo sagrado”, en el que todo puede comenzar de nuevo. Son acciones que permiten a los individuos conectar- se con el tiempo y experimentar lo trascendente. Por su lado, Joseph Campbell, experto en mitología, decía que los ritos de paso son esenciales para dar sentido a la experiencia humana.

En Uruguay, a pesar de caracterizarse por su laicidad, nuestra idiosincrasia también cultiva lo íntimo, lo barrial, lo comunitario. Por eso mantener vivas tradiciones como la de San Juan no implica solo un gesto religioso, folclórico o que evoca una tradición. Es también profundamente contemporáneo. En tiempos acelerados, encender una fogata -aunque sea simbólica- nos recuerda que lo colectivo también necesita su espacio y que no todo puede vivirse a la velocidad de una pantalla.

Tal vez ahí esté su magia. En esa luz que no es la de los fuegos artificiales ni la de los trucos estridentes, sino la otra. La que se esconde en un gesto, en un papel lanzado a la fogata, en una sonrisa frente al fuego. Esa magia que no necesita aplausos, sino que se nutre de humanidad cotidiana, de pausas, de silencios, de calor y experiencias compartidas.

Por eso, cada 24 de junio, aunque el frío nos invite a quedarnos adentro -física y emocionalmente- a pesar de la alerta meteorológica, vale la pena salir a buscar una fogata, aunque sea pequeña, aunque sea simbólica, aunque sea la de la estufa de nuestras casas. Y en un gesto, en una palabra, en una decisión, encontrar esa magia que no brilla, que no encandila.

Pero que sí arde y a partir de ahí, transforma.

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