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La libertad y el criterio

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LEONARDO GUZMÁN
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Una joven cantante argentina llevó miles de adolescentes al Estadio Centenario.

Desde un rincón de YouTube, surgió una voz que se preguntó si las mamás y los papás de los asistentes tendrían noción de las letras de la exitosa vocalista. Presumiendo que no las conocen, leyó una, que mezcla viaje, alcohol y sexo. Y sin ambages disparó: “Este tipo de literatura va entrando en las cabecitas, en el corazón y en las conductas”.

El crítico que así habló es Jaime Fuentes. Columnista de La Mañana en tiempos de Carlos Manini Ríos y Eugenio Baroffio, culminó su carrera de sacerdote católico como Obispo Emérito de Minas y consagra su retiro a predicar.

En un sentido, cabría observar que el comentario llega con medio siglo de atraso. ¿O acaso no recordamos cómo se impusieron Ian Dury y tantos otros, allá por los 70, repitiendo a los jóvenes, como si fuera un mantra, “Sexo, drogas y rocanrol son todo lo que mi cerebro y mi cuerpo necesitan. Sexo, drogas y rocanrol son muy buenos, por supuesto”.

En otro sentido, sería muy fácil clasificar el alerta de referencia dentro de la clásica nómina de condenas que, a lo largo de los siglos, produjeron sucesivas actualizaciones del Index y la Inquisición, inveteradas quemas de libros y herejes y una desconfianza ostensible hacia los productos del libre pensamiento. Habiendo transferido las emociones y los instintos a dominios supuestamente científicos, es fácil argumentar a favor de cualquier texto que ensalce cualquier exceso y cualquier excreción.

Pero por encima de esas consideraciones y de las respuestas polémicas o burlonas que recibieron las palabras del sacerdote, es de orden tomar muy en serio su tesis de que lo que “va entrando en las cabecitas” y “en el corazón” desemboca “en las conductas”. A pesar de que sus palabras aparecen a contramano de los ruidos y los disparates del feminismo de persecución y el culto de los instintos, ¡vaya si tiene razón! ¡La historia de cada persona, de cada pueblo y de la humanidad entera se forja en los sentimientos y las ideas que cada individuo y cada nación cultiva!

Es que la libertad recíproca que civilizadamente nos reconocemos -por la cual cada uno tiene derecho a sentir y pensar como quiera- no debe confundirse con indiferencia ante los contenidos de los sentimientos e ideas. La libertad se basa en el amor al prójimo y no en que todo sea relativo y que nos importe un bledo ignorar al Dante y dejar que el cerebro de nuestros seres queridos se enzarce en degradaciones.

Acumulando visiones utilitarias, pragmáticas y materialistas, en el Uruguay confundimos la laicidad -por la cual el Estado carece de religión oficial y la enseñanza no inculca una fe determinada- con una actitud prescindente, capaz de alzarse de hombros ante cualquier cosa.

Más allá de la comprensión que merece todo arte, por encima de la sensualidad de los megashows y de la gigantiasis técnica a que han llegado, los contenidos siguen importando.

No da lo mismo inspirar elevando el alma a los cielos que aturdir exaltando bajezas.

La libertad contiene el mandamiento incondicionado de valorar y reflexionar. La vida republicana finca en pensar claro y en voz alta.

Entonces, con el cuadro de incultura a que hemos llegado, no da para tomarse a la chacota la banalización de lo mejor de nuestra vida.

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