La educación polarizada

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Jorge grünberg
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Nuevamente los uruguayos asistimos a una situación de enfrentamiento en la educación. Cada pocos años la evidencia acumulada de resultados insatisfactorios genera una demanda social por mejoras en el sistema educativo.

En algunos países la constatación de los problemas educativos y sus enormes consecuencias sociales y económicas, generan cohesión social y unidad en los esfuerzos de mejora. Esta unidad permite acordar políticas de largo plazo y asegurar los recursos necesarios para implementarlas. Finlandia, Corea del Sur o Singapur son interesantes ejemplos de países que aumentaron en pocas décadas los niveles educativos de su población hasta alcanzar algunos de los mejores resultados del mundo (en 1945 el analfabetismo en Corea del Sur era mayor al 80% y Singapur todavía no existía). Esos países cambiaron múltiples veces a lo largo del tiempo sus regímenes de gobierno, ideologías gobernantes y partidos en el poder, pero no modificaron el foco ni la dirección de las reformas educativas.

En nuestro país la demanda social por mejoras educativas genera polarización en lugar de cohesión. En un polo se encuentran las autoridades educativas que buscan mejorar (desde su punto de vista) el sistema existente y para eso definen cambios y reformas. En el otro polo se instalan grupos diversos y a veces enfrentados entre sí, pero unidos en su oposición a los cambios.

La energía de la sociedad se desperdicia en esa pulseada fundamentalmente política e ideológica. Cualquier iniciativa de reforma educativa se transforma en un juego de suma cero en el que todo lo que un polo consigue es una pérdida para el otro. No existen escenarios en que todos se beneficien. El polo “cambiófobo” considera que logró una victoria cada vez que bloquea un cambio, independientemente de que pueda ser beneficioso. El polo “cambiófilo” buscará implementar sus cambios a toda costa sin poder cooperar con los otros grupos involucrados en el proceso educativo. En esta dinámica los cambios se aceptan o se rechazan, no existe la posibilidad dialógica ni la capacidad de sintetizar distintos aportes en nuevas ideas. La reforma educativa deja de ser un proceso de cambio y se transforma en un duelo de poder en donde predomina el más fuerte. Exactamente el contrario del ejemplo que debe brindar una educación moderna y democrática.

Un sistema educativo bloqueado por la polarización se vuelve rígido y desactualizado. Las innovaciones solo se pueden ejecutar por fuera del sistema (como el Ceibal, por ejemplo). Las innovaciones que se logran implementar enfrentan elevados niveles de inestabilidad ya que en la siguiente rotación de autoridades pueden ser eliminadas (como ocurrió con algunas innovaciones de la llamada “Reforma Rama” de la década de 1990).

Lo relevante en este caso no es que se descontinúen o modifiquen innovaciones. La adaptación continua es un proceso necesario para la mejora continua de los sistemas. El problema es que en contextos polarizados las innovaciones se descartan porque fueron implementadas “por el otro”. Es posible que algunos pocos años más tarde, las mismas innovaciones que el polo “cambiófobo” rechazó, sean propuestas por esas mismas personas devenidas en autoridades y rechazadas por las personas que antes las propusieron.

La energía de la sociedad se desperdicia en una pulseada fundamentalmente política e ideológica.

La polarización educativa contribuye a la alienación de equipos directivos y docentes. En un clima de alta polarización sienten que adoptar innovaciones los alinean en algunos de los polos enfrentados. Adoptar o rechazar innovaciones deja de ser una decisión profesional y personal y pasa a ser una cuestión identitaria y politizada.

Incorporar innovaciones educativas es trabajoso y riesgoso, requiere inversión de tiempo personal en formación, experimentación y rediseño de clases. Si incorporar innovaciones es trabajoso para los docentes (así como para directores, coordinadores y otros agentes educativos) y además es usual que sean discontinuadas por las próximas autoridades, disminuyen los incentivos personales y profesionales para innovar y aumentan las barreras para el cambio.

Para promover la innovación educativa es necesario reducir estas barreras. Es necesario que los sistemas de evaluación y de promoción valoren más la disposición a innovar, el compromiso con la formación permanente y la evaluación de resultados de aprendizaje. También es necesario que las autoridades educativas y políticas proyecten una visión de estabilidad en el largo plazo de los cambios educativos que se proponen. Es difícil lograr que docentes y directores inviertan su tiempo en aprender y aplicar innovaciones si tienen la sensación que poco tiempo después pueden ser descartadas y los cambios revertidos.

Para promover una cultura innovadora en el sistema educativo es necesario lograr su “despolarización”. El sistema político es en teoría quien debería desbloquear esta polarización, reflejando las intensas demandas de la sociedad por mejorar la educación de sus hijos. Sin embargo, nuestro sistema político tolera (y en algunos casos amplifica) la polarización educativa.

En ausencia de un cambio importante en la actitud del sistema político que deje de considerar al sistema educativo como un escenario más de enfrentamiento ideológico y lo vea como una plataforma de construcción de futuro compartido, la sociedad civil debe hacer sentir su voz y dejar en claro su voluntad de ofrecer a sus hijos la oportunidad de prepararse para una sociedad en la cual el conocimiento es la llave para una vida digna y próspera.

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