La dignidad y el regocijo

Todo comenzó con un mensaje en el grupo de whatsapp de quienes vamos dos por tres al programa Séptimo Día, en canal 12. Allí alguien compartió una de las últimas columnas de Juan Martín Posadas, que planteaba que el debate público hoy se basa demasiado en dos bandos que chocan en opiniones irreductibles. Sin importar tanto el tema del momento, que opera más como una excusa (como una pelota, dice Juan Martín), con la cual se juega, cada uno con rol tan definido como incambiable.

El problema con esto es que, si cada uno juega un papel tan predeterminado, no hay nadie que esté dispuesto a caminar un centímetro en dirección al rival. Ni hablar de cambiar de opinión. O sea, todo es una pelea de sordos, de nula utilidad general.

Como suele suceder con Juan Martín, alguien que a sus 90 años sigue viendo las partidas dos jugadas por adelantado (no como otros “Kasparov” de rebajas), está en lo cierto. Y es algo que vemos evolucionar de la peor manera desde hace tiempo, ya que la dictadura de los algoritmos nos lleva a un debate tremendamente polarizado, basado 100% en emociones, y donde cada vez hay menos espacio para los “tibios”. Las redes y plataformas, con sus millones en capital, y con los expertos más destacados en neurociencias destinados a inventar cómo mantener a la gente pegada a la pantalla, han revivido lo que ya William Randolph Hearst había detectado hace más de un siglo. Lo que vende es la emoción, positiva o negativa. Esa cosa de entender los grises de la vida... no factura.

Cuando nos asalta este tipo de razonamientos tendemos a neutralizarlo viendo a la historia. Por ejemplo, en los años 60 y 70, no había Twitter ni cosas así. Y sin embargo un país como Uruguay, que era todavía relativamente próspero para su entorno, y donde somos todos primos (a decir de Lanata), se enfrascó en una guerra interna sangrienta con atentados, represión, y violencia en las calles.

Pero, con todo, había una diferencia. Visto desde hoy, parecía haber un concepto más elevado del honor, de la dignidad personal, y hasta de cierto decoro.

Por ejemplo, han pasado a la historia las interpelaciones que ejecutaba Wilson Ferreira, donde demolía a los ministros de manera implacable. Los cuales terminaban renunciando, por amor propio, o porque los argumentos eran tan contundentes que los legisladores de sus propios sectores les retiraban el apoyo.

Esto hace años que ya no ocurre. Pero no sólo por una estrategia política de no dejar caer ministros, sino porque es impensable ver hoy a un legislador capaz de cambiar de opinión, y votar contra alguien de su gobierno. Ni siquiera criticarlo mucho públicamente.

Pocas cosas dejaron más en evidencia esto que el trámite parlamentario de venia para que la exviceministra Ache vaya de embajadora a Portugal.

Ache enfrentó el voto contrario de su propio partido, y del Partido Nacional. Y varios legisladores del actual oficialismo no fueron nada discretos al decir que votaban por disciplina partidaria, y hasta tapándose la nariz.

Volviendo a Séptimo Día, hace algunos domingos se trató el tema, y dos diputados del FA hicieron malabares para justificar ese nombramiento, aunque explícitamente aclararon que ellos no habían tenido que votar (fue en el Senado). O sea, lo hubieran votado, pero no disimularon que no les hacía gracia.

Uno se imagina que en otros tiempos, por mucho menos una figura política hubiera retirado su aspiración diplomática. Aunque más no sea por aquella sentencia de Aparicio Saravia de que “la dignidad arriba y el regocijo abajo”. No se le puede pedir a alguien que lleva el apellido Batlle que se inspire en una cita de Saravia, pero seguro que los colorados tienen algo similar en su historia.

No es sólo la exviceministra quien no parece tener desvelos por este tipo de deshonra. En las últimas horas, el escándalo con el presidente de ASSE mostró otra faceta del mismo asunto.

A ver... está claro que el sueldo previsto para quien tiene la responsabilidad de dirigir el mayor prestador de salud del país, es ridículo. Tanto, que una mutualista privada le pagaba el doble, por una tarea con mucho menos carga horaria. Pero cuando te ofrecen un cargo así, vos tenés dos opciones: o dejás todo lo privado y te jugás cinco años a esto; o seguís con todo lo otro, y no agarrás el cargo. El camino del medio es muy tortuoso, sobre todo cuando tenés tantos quioscos extra, con horarios imposibles. Y este escándalo con la Jutep, que toma una decisión netamente política para ampararlo, es una cachetada final. Lejos de amilanarse, Danza reivindica su postura desde su cuenta de Twitter, y grita que “HASTA QUE LA DIGNIDAD SE HAGA COSTUMBRE”. ¿Dignidad? ¿Y así con mayúscula?

Da la impresión de que hoy en día, Wilson no habría hecho caer a nadie, ni haciéndoles una zancadilla.

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