La desaparición del infierno

Dante finalizó la Divina Comedia antes de morir en 1321, Goethe dedicó casi sesenta años a la redacción de las dos partes de Fausto, Bulgakov escribió la novela El maestro y Margarita entre 1928 y 1940, y fue publicada entre 1966 y 1967, los Rolling Stones lanzaron su álbum Beggars Banquet en 1968, éste incluyó la canción Sympathy for the Devil, donde el diablo parece cantar en primera persona, en 1997 se estrenó la película El Abogado del Diablo, interpretada por Al Pacino, drama situado en Manhattan en la época actual. El Concilio Vaticano Segundo se realizó entre los años 1962 y 1965. Las referencias al infierno en sus textos son mínimas.

Si analizamos los abordajes más exitosos en el mundo de la literatura, la música, y el cine, vemos como los más conocidos paulatinamente van edulcorando el tema del infierno y el ángel caído, al punto que termina siendo completamente normalizado y casi intrascendente. Es decir, no temido. El Concilio por otra parte tímidamente se arrima al tema, su foco se fija en lo pastoral, la misericordia de Dios, y la llamada universal a la salvación, y no tanto en el tema del juicio y la condena.

Ahora bien, la existencia del infierno como realidad, y como objeto del estudio de la teología ha sido fundamental en Occidente. Buena parte de nuestra historia se explica en función de la contingencia que significó.

Diría que muchas de las virtudes que gozamos en nuestro modelo de convivencia imperfecto tienen su fundamento precisamente en el libre albedrío y la existencia del riesgo potencial de ser condenados a padecer el sufrimiento eterno.

La virtud puede ser un don, pero es un valor que también se adquiere. Y en el juego de la incorporación de valores, el riesgo punitivo, incluso el teológico juega un papel fundamental en las sociedades. Sobre todo, en las que han perdido el sentido de la trascendencia.

En definitiva, el bien, el mal, la libertad de elegir, el papel de la tentación, la voluntad, la Fe, la Gracia, en algún momento llevan a un balance, a una conclusión, a tener que pagar o disfrutar de las consecuencias de lo actuado.

Hacer desaparecer el concepto de infierno -con todo lo que conlleva- es algo lógico en un mundo donde la ñoñería, la sensiblería, lo accesorio, lo relativo, y lo políticamente correcto prevalecen sobre lo principal.

¿Qué indignación despertaría decir alto y claro quienes serían los condenados en la actualidad? Los que mueren en pecado mortal… los que no abrazan la Fe verdadera…

No por mirar para otro lado el mal y el infierno han dejado de existir. Ahí siguen estando…

La sacralización de lo público - estatal funcionó durante buena parte de los siglos XX y XXI hasta que el rojerío empoderado con los eventos de mayo del 68 y luego con el empuje woke también rompió con este dogma destartalando el castillo de naipes de creencias burocráticas laicistas.

La conciencia individual, y también la colectiva deberían meditar mucho sobre esto y la importancia de pensar en forma trascendente.

Se vive muy bien creyendo que el infierno ha desaparecido, pero que cantidad de líos nos ha traído esto…

Solo con una cercanía profunda de la noción y el riesgo de hacer el bien o el mal se pueden entender temas complejos.

Como el de la eutanasia, por ejemplo.

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