La cultura política

El domingo pasado, durante el programa Séptimo Día en Canal 12, tuvo lugar un incidente entre el periodista Leonardo Haberkorn y el Senador Caggiani. Haberkorn se sintió ofendido y se enojó cuando el Senador pretendió descalificar su intervención ubicándolo como una especie de agente encubierto de la oposición. Se enojó de veras, lo llamó atrevido y le contestó que él estaba allí como periodista y que a esa función se había ajustado.

Según Murray Edelman, (“The Symbolic uses of Politics”), hay dos formas de encarar la política: una es como deporte-espectáculo (spectator sport) y la otra como actividad de grupos organizados para conseguir beneficios concretos para sí mismos. Yo creo que hay otras formas pero a efectos de lo que sigue éstas sirven.

Los programas de televisión tipo Séptimo Día y los programas de radio tipo Tertulia funcionan sobre el siguiente esquema: sus organizadores eligen a los panelistas invitados cuidando que haya una paridad o equilibrio entre frenteamplistas y coalicionistas. Luego eligen un tema para cada salida al aire, el cual viene a ser la pelota que tiran a la cancha, con la cual cada jugador de cada bando tiene que lucirse y hacerle goles al otro.

La filosofía que inspira a los promotores de este formato periodístico es que, oyendo las dos campanas, la audiencia, el público, conocerá mejor los problemas nacionales y tendrá más elementos para hacerse su propia opinión. La intención es laudable pero el formato elegido tiene una lógica interna que conduce a otros resultados. El deporte-espectáculo, tenga lugar en el estadio Centenario o en el estudio de un canal de televisión, se rige por una ley básica: hay que ganar, meterle goles al adversario y, en último caso, entusiasmar a la propia hinchada y dejar furiosa a la rival. De aclarar los problemas o entenderlos mejor… nada.

Tan es esto así que el senador Caggiani no puede concebir que Haberkorn no sea un jugador encubierto del otro cuadro, y que la intervención del periodista no contenga una toma de partido solapada, lo que, en el formato establecido, sería una trampa, una jugada deshonesta.

Y aquí entra otra cuestión: aún fuera del formato periodístico, en el tinglado de la política tal como se despliega hoy en nuestro país, circula una presunción dual: si eres de los míos respaldo todo lo que digas, si eres del otro lado rechazo todo.

La política real, la que generan los partidos, la que se desarrolla en el Parlamento y en la conquista de la opinión pública (y del voto) se abarata mucho si sucumbe a esa lógica deportiva y binaria. El asunto de agrava cuando se moraliza: de este lado estamos los justos, el pueblo y allá los inmorales, el antipueblo.

Para algunos la solución es el consenso y se convierten en apóstoles del consenso. Está bien, siempre y cuando se evite el riesgo de un licuado final donde todo se parece a todo y nada es nada. El mejor camino es el pacto sobre el disenso, las reglas del disenso, la protección acordada del sistema. En nuestro país eso es un capital histórico nacional desde la Paz de Abril de 1872. Su regla: acá, en esta tierra, no es aceptable ninguna propuesta, ninguna solución, ningún proyecto, que implique o suponga empujar al adversario al mar; las soluciones que le sirven al Uruguay son las que se tejen sobre la base indiscutida de que el otro sigue a bordo.

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