El Partido Nacional, no termina de cerrar las heridas de la última derrota. Pero este proceso de “autocrítica”, devenido en una especie de circo de autoflagelación itinerante, parece errar no solo en las formas, sino también en cosas de fondo.
Esto, porque más allá de algún detalle obvio y solucionable, como la falta de una estructura mínima interna para manejar data de los votantes (la data es el nuevo petróleo, se decía ya hace como 10 años), y el debate sobre ese hándicap demográfico, que omite que la juventud siempre la “cura” el calendario (“el tango te va a estar esperando”, decía mi viejo) hay dos temas de los que nadie parece hablar.
El primero es la diferencia de compromiso que existe a nivel territorial entre la primera vuelta presidencial y el balotaje, comparado con las elecciones departamentales. Por poner un ejemplo puntual, pero emblemático: en Cerro Largo los blancos sacaron 29 mil votos en octubre, contra 21 mil del Frente Amplio. Pero en las departamentales, el PN sacó 55 mil votos, contra apenas 6 mil del Frente Amplio. O sea que los blancos lograron casi el doble de votos que en octubre. Y para azuzar las versiones conspiranoicas, una ex candidata del FA terminó como directora de Turismo de esa intendencia.
Cosas parecidas se vieron en otros departamentos. Pero eso no figura en la “autocrítica” porque por diseño institucional los intendentes son los verdaderos centros de poder del partido, y una reserva clave de influencia en todo el partido. Pero mientras los blancos no logren alinear a su gente con similar pasión en todas las instancias, ese hándicap es casi imposible de remontar.
Un segundo tema tiene que ver con el contexto económico. Por distintos motivos, que ameritarían una columna entera, el Partido Nacional no existe en las zonas populares de Montevideo. Increíblemente, las zonas donde se vive peor votan masivamente al partido que ha sido hegemónico en el país los últimos 20 años. No será porque su situación haya mejorado mucho.
Esto no fue siempre así. Y no es un terreno donde voten bien los típicos liderazgos frentistas, o sea, ahí nadie conoce a Constanza Moreira o a Edgardo Ortuño. Es un terreno que ganó Mujica palmo a palmo, y con años de esfuerzo. Que por un momento Cabildo logró hacerle mella, con un discurso con algo de antipolítica, y otro poco de “se acabó el recreo”. Pero lo que se acabó fue Cabildo, y los votos volvieron al MPP en la pasada elección.
¿Qué va a hacer el Partido Nacional con eso? ¿Hay algo en esa autocrítica que se enfoque en esta carencia que rompe los ojos? ¿Hay algún dirigente blanco yendo todas las semanas a recorrer La Teja o Casabó, donde el FA tuvo arriba del 70% de los votos? Capaz que sí...
Pero mientras ese debate ocurría en Uruguay, cruzando la cordillera, Chile vivía uno de los virajes políticos más drásticos que se haya visto en la región. Un político de ultra-mega-súper derecha, José Antonio Kast, ganaba la presidencia por 20 puntos de diferencia, contra una “comunista pragmática”. Es gracioso ver los requiebres de las agencias europeas para explicar cómo había al menos uno (o dos) candidatos todavía más a la derecha que este “hijo de un militar nazi”, y “defensor de Pinochet”.
Lo interesante es que hace apenas cinco años, Chile vivía una explosión social, que muchos de los expertos que en Uruguay hacen la autopsia aséptica de nuestra última elección, atribuían al enojo con el capitalismo y “la derecha”. Y hace cuatro, los chilenos votaban a un activista estudiantil, que nunca había tenido un trabajo regular, y prometía convertir al país en “la tumba del neoliberalismo”. De nuevo, los mismos “expertos” nos empalagaban de elogios a Boric, diciendo que poco menos que era la reencarnación de Allende. Como si eso fuera algo bueno...
La realidad es que a los chilenos no les duró nada el amor por la experiencia neosocialista de Boric, sus ambiciones de refundación constitucional, y sus teorías de amor social. Y azotados por el estancamiento económico, una crisis de seguridad pública, y una invasión de inmigrantes, se dieron vuelta y votaron a Kast. Dato interesante: las localidades más pobres, y donde viven más personas de origen indígena, fueron las que menos votaron a la izquierda.
Kast ya se había presentado dos veces antes a la presidencia, y había perdido de forma contundente. Nunca hizo un proceso de evaluación público sobre sus malos resultados, sino que se recompuso, afirmó su discurso, y se enfocó en limar algunas aristas que eran duras de tragar por parte del electorado. En esta campaña habló menos de Pinochet, de su familia ideal, o de sus convicciones religiosas. Pero no se bajó un ápice de sus ideas centrales. Y pasó de tener el 7% del electorado en 2017, al 59% en 2025.
¡Pavada de autocrítica!