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El Almirante y la Constitución

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julio maría sanguinetti
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En este mes de noviembre hubiera cumplido cien años el Vicealmirante Juan José Zorrilla. 

El Comandante en Jefe de la Armada que en febrero de 1973, cuando se inicia el golpe de Estado, se enfrentó a sus colegas del Ejército y la Fuerza Aérea y bloqueó la Ciudad Vieja en apoyo al Presidente y la institucionalidad. Justo es evocar con respeto y admiración la figura de este militar que salvó la dignidad de la institución y necesario, al mismo tiempo, recordar esos hechos tan reveladores, que a la distancia suelen desdibujarse para exonerar responsabilidades o inventar falsos heroísmos.

El hecho es que aquel “febrero amargo”, como lo titulara para siempre el legendario político batllista Amílcar Vasconcellos (exministro de Hacienda y por entonces Senador), marca la irrupción de hecho de la fuerza militar en el gobierno. Es la primera vez que la atónita ciudadanía ve salir los tanques a la calle. Los acontecimientos venían de tiempo atrás y ya la prisión de Jorge Batlle, en octubre del año anterior, había mostrado hasta qué punto las Fuerzas Armadas habían asumido un rol político protagónico, con mandos que, embriagados por el éxito en el combate a los tupamaros, inocultablemente irrumpían como un poder.

Los hechos se desencadenaron a gran velocidad. El 1° de febrero, el Dr. Vasconcellos lee por Radio Carve una dura carta, denunciando el complot golpista que se gestaba. La contesta el presidente Bordaberry diciendo que “no será con su consentimiento que el país se apartará de su tradición democrática”. Los mandos militares, insatisfechos con esa respuesta presidencial, el día 7 lanzan una virulenta declaración en contra de Vasconcellos, anunciando ya lo que será su doctrina: la sedición tupamara está controlada, pero la “subversión” subsiste, afectando “la seguridad nacional”. El Vicealmirante Zorrilla se niega a firmar el documento.

El 8 de febrero, el presidente Bordaberry designa entonces un nuevo Ministro de Defensa, el General Antonio Francese, viejo y prestigioso militar, de clara raigambre democrática, que ya había ocupado esa cartera con Gestido y Pacheco. El día 8, los generales del Ejército se sublevan, no aceptan a un Ministro que no acompaña su desborde, salen a la calle y copan los canales de televisión. En la madrugada del viernes 9 de febrero, la Armada bloquea la Ciudad Vieja con barricadas, que levanta con ómnibus y vehículos requisados. Los Fusileros Navales están a cargo y los barcos de guerra se suman a la resistencia. El Comandante Zorrilla le anuncia al Presidente que está a sus órdenes y que dispone de la Ciudad Vieja como escenario posible de resistencia, para poder negociar en mejor posición con los sublevados.

Esa misma noche del 9 de febrero, el Frente Amplio y el propio General Seregni reclaman la renuncia del Presidente y proclaman la “interacción fecunda entre pueblo, gobierno y Fuerzas Armadas, para comenzar la reconstrucción de la patria en decadencia”. Los voceros frentistas, diarios y dirigentes, proclaman que “no es el dilema entre poder civil y poder militar, que la división es entre oligarquía y pueblo y que en este caben todos los militares patriotas”. Los mandos militares emiten su Comunicado N° 4, anunciando oficialmente su voluntad de participar activamente en los asuntos públicos. Coincidiendo con los pronunciamientos frentistas, los militares insisten que “está superada la época de ser el brazo armado de intereses económicos y políticos”. Al día siguiente emitirán otro Comunicado, el N° 7, complementando la doctrina expuesta

La Convención Nacional del Partido Colorado se reúne y proclama su lealtad institucional. Esa mañana, una delegación de la CNT parlamenta con los mandos militares y especialmente con el Coronel Néstor Bolentini, a cargo del Ministerio del Interior.

Hasta la mañana del día 12 se vivirá una intensa pulseada. Finalmente, el Presidente pacta con los sublevados y el Comandante Zorrilla, en nombre de la paz, renuncia a su mando “agotados todos los esfuerzos normales en pro de la legalidad”. Su carta de renuncia, plena de dignidad y “lealtad al orden constitucional, orgullo y fuerza de nuestra República”, termina diciendo: “Espero que cada uno de los actores de estos sucesos asuma su responsabilidad ante la historia”.

Los pronunciamientos de las fuerzas de izquierda continúan inequívocos en favor del golpe. El 22 de febrero la CNT convoca a una movilización: “La única alternativa: oligarquía por un lado, civiles y militares por el otro”. El Partido Comunista apoya los comunicados militares, por contener “proposiciones de cambios que abarcan muchos de los problemas esenciales del país y cuya puesta en práctica abrirá perspectivas promisorias para sacarlo de la crisis”. Juan Pablo Terra, líder demócrata-cristiano, dice que “los comunicados 4 y 7 han abierto una esperanza”. Solo la solitaria voz del Dr. Carlos Quijano, en Marcha, condena la irrupción militar. Pasados aquellos dramáticos días, todavía la CNT seguía aspirando a sumarse a un nuevo gobierno, a partir de la renuncia del Presidente y sobre la base de “que hemos valorado los Comunicados 4 y 7 de las Fuerzas Armadas, donde se percibe la intención de llevar adelante algunos puntos reivindicativos coincidentes con los de nuestro programa”.

A partir de ese momento, la situación de facto está instalada. Culminará el 27 de junio con el cierre del Parlamento. Allí predominará la línea dura militar y drásticamente terminarán con el sueño frentista de incorporarse a un gobierno cívico-militar. La posterior persecución de comunistas y otras fuerzas de izquierda por la dictadura ocultarán con un velo su claudicación inicial. Pero ella fue inequívoca y podríamos llenar páginas con los testimonios de dirigentes frentistas y sus voceros periodísticos, aceptando la subordinación de la institucionalidad a las fuerzas militares.

Como en los medios y aun en las aulas se insiste en la “historia reciente” y se disfraza el comienzo del golpe y la actitud de cada cual, imprescindible es esta evocación, como simple homenaje a la verdad. Del mismo modo que, como un mensaje de dignidad, recordemos la actitud de este marino sencillo y demócrata, convencido batllista, que nos acompañará en las elecciones internas de 1982 (donde fue preso), luego en las elecciones de 1984 y ocupará el Senado de la República desde febrero de 1985.

Su último acto como militar fue su renuncia. Un vez que la envió, se despidió de sus colaboradores en el Comando de la Armada. Tomó un pequeño libro de su escritorio y les dijo: “Este me lo llevo de recuerdo porque ya no lo van a precisar”. Era la Constitución de la República.

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