En algún lugar en las redes sociales leí un acertado comentario que refería al hecho de que la inteligencia artificial no es tema central del debate político electoral en que nos vemos inmersos. Partiendo del supuesto de que dicho contrapunto verdaderamente existiera -cuando tengo mis dudas - claro está. Normal.
Cuestiones como el empleo, la economía, la seguridad ciudadana, la educación, o la salud, monopolizan la agenda de los partidos políticos y de los candidatos a lo que venga, que en el barullo de la fiesta democrática intentan como sea asomar la cabeza.
De la inteligencia artificial solo se escuchan comentarios, algunos -sino sesgados de ideología- incluso cargados con cierto dejo de asombro e ingenuidad cuasi infantil. También normal.
La inteligencia artificial representa per se un universo distinto, un mundo de inseguridades de las que el uruguayo promedio no quiere ni oír. ¡Yo trabajo toda la vida en lo mismo, a mí me dan la prima por antigüedad, y me jubilo a los 60! Sea como sea, vaya el mundo para donde vaya. Y si no, va plebiscito. ¿Cómo es esto que una máquina va a pensar por sí misma? ¿Cómo que un aparato es capaz de aprender? ¿Cómo me afectará? ¿Dónde quedo yo? ¿El expediente se moverá solo? ¡Esto hay que regularlo!
No es necesario ser Nostradamus para adivinar que los temores y las reacciones del compatriota medio ante tamaña amenaza no andarán muy lejos de las exageraciones anteriores. Pero como que Dios es Cristo, habrá regulación. Porque siempre hay un legislador pergeñando un proyecto de ley. Y con cada ley, vendrán los límites, el cierre y el control, y como siempre cuando se mete el Estado, también aparecerá la ventaja para algunos espabilados que, en este, nuestro modelo republicano liberal afiliado a la socialdemocracia, no quiere decir otra cosa más que en grupo de enchufados con prebendas. No será corrupción, ni conjunción de intereses, ni abuso de funciones lo que nos embrete.
Será algo peor, será tozudez e incapacidad de entender el mundo, será el estertor final de la extinción de la clase media funcionaria, de la clase media de mi hijo el doctor. Trauma que ojalá dé paso a la clase media del oriental que pretenda en base a su esfuerzo, conocimiento, y creatividad vivir sin fronteras geográficas, sin límites horarios para su productividad, sin ingresos fijos, y sobre todo que inaugure el tiempo de una nueva camada de uruguayos que entiendan que es mucho mejor vivir sin jefe.
Y entonces ahí los profetas de los principios laborales de Plá Rodríguez, los sumos sacerdotes de los consejos de salarios, el tripartismo, la OIT, y todos los iluminados que dedican su tiempo a explicarle a los demás cómo vivir sus vidas tendrán que buscarse un trabajo que aporte verdadero valor a la sociedad.
Y no porque lo que hacen hoy no lo valga, sino porque en el futuro de la inteligencia artificial, en el mundo que dará paso a la inteligencia laboral, valdrá mucho más saber preguntar que saber contestar. Y para saber preguntar, lo primero que se necesita es un baño de humildad, y aceptar que el conjunto, nunca es más que el individuo. Por eso, prevalecerá el hombre, y no la máquina.
Quizá algo de esto se discuta en la campaña por las elecciones de 2029.
Nos vendría bien.