Insensibilidad al mamarracho

Mi amigo Luis Gabriel Pérez, célebre abogado e intelectual bogotano, sostiene que no se fía de ningún texto producido luego de la irrupción de la inteligencia artificial. Parece que esto ocurrió allá por noviembre del 2022. Pero es difícil chequearlo, dado que la prueba la tiene la misma máquina de la que desconfía. Me resulta absolutamente fundado su temor.

La llegada de la inteligencia artificial nos ha inundado la vida de burradas, noticias falsas, interpretaciones erróneas, sabios todólogos multimateria, imágenes que no sabemos si son reales o no, y expertos convencidos en problemas difíciles sin doctorado. Proliferan especialistas con tutorial en mano, como cuando los pícaros viajaban de pueblo en pueblo vendiendo elixires que curaban todo.

Es el mundo que nos toca. Y este tema solo un problema más con el que lidiar. Ya no se trata de ver, atender, estudiar, comprender, entender, descifrar, y razonar, pausadamente.

La cosa solo va de ser el primero en responder y dar el parecer en las redes. Y así rápidamente figurar como el más espabilado. El que está más en el ajo. Porque ya no se necesita ser, es suficiente con aparentar. Ya se trate del conflicto de Gaza, la guerra arancelaria, el medio ambiente y el suministro de agua potable, las orejas que cortó Morante. Uno hoy, con dos teclazos puede enterarse de algo a nivel superior, y además figurar como autoridad en la materia.

Un reciente conflicto sindical donde uno de los argumentos de la negociación tenía como fundamento el dictamen de la inteligencia artificial, da prueba de esto. Más nos agrega el hecho de que se defendiera con ahínco con base en el uso generalizado de la herramienta. No son pocas las personas que conozco que, ante un problema jurídico, o una duda médica, acuden a la inteligencia artificial. Los argumentos… los de siempre: se equivoca solo en un veinte por ciento, los médicos lo usan… en fin.

El ser humano, y la vida en sociedad son -por suerte- muy complejos como para circunscribir su funcionamiento al resultado de los cálculos de una máquina. Nuestra tolerancia a sus sentencias tiene basamento en una triste experiencia: estamos acostumbrados a la mediocridad, la torpeza, la demora, y la burocracia.

Es por esto por lo que nos encandila la inteligencia artificial. Satisface nuestra ansiedad en forma inmediata con información de dudosa calidad, pero en forma eficientemente rápida. Impulsa aún más nuestra dopamina.

Deberíamos ser humildes y capaces como para darnos cuenta de que solo el hombre puede determinar que será un desastre ambiental y que no, que aumento conviene dar en los salarios, como reformar y hacer más humano y justo un proceso penal que a veces es pena en si mismo sin importar el resultado, que una liquidación bien hecha es la que se hace a mano o con tecnología pero con ganas, y que nada sustituye el saber humano. Porque ese saber incluye cabeza y corazón. La máquina podrá hacer infinitas permutaciones y calcular incontables escenarios, pero siempre será insensible al mamarracho. Como los sinvergüenzas. Y la sensibilidad y la vergüenza, para como está el patio, son excelentes herramientas con las que acompañar el conocimiento que surge del estudio, de los libros, y de la realidad. Que es la única verdad.

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