En poco tiempo, la inteligencia artificial pasó de ser una tecnología futurista a una realidad palpable en nuestra vida cotidiana, seduciéndonos a muchos en el camino. Sin embargo, algunos expertos dicen que ahora se viene un ciclo de dejar atrás “el pico de expectativas” para adentrarse en “el valle de la desilusión”.
Ya advertían hace meses de una posible burbuja financiera entorno a la IA. Las burbujas de este tipo ocurren cuando el valor de los activos se inflan más allá de su valor real, basados en las falsas expectativas de que la nueva tecnología sea la llave mágica para resolver todos nuestros problemas. Para rematar, dicen que la IA es muy demandante, porque desarrollarla no es lo que se dice precisamente barato.
Los que tenemos canas suficientes recordamos la crisis de las punto com a finales de los 90 y todo esto está teniendo perfume a déjà vue. Al día de hoy los posibles beneficios de la IA se hacen evidentes pero la forma exacta de su evolución todavía es opaca. Si la promesa de su potencial es real o es una ilusión, es la incógnita.
Las grandes tecnologías disruptivas (entre ellas la máquina de vapor, petróleo, internet) típicamente tiene ciclos con dos fases principales: instalación y despliegue. En la segunda mitad de la primera, se desarrolla una burbuja financiera (tras la euforia) cuando las expectativas chocan con la realidad, que acaba por estallar y crear una crisis. Por un lado, esta crisis se encarga de limpiar a las empresas especulativas y sobreviven las más eficientes. Pero por otro lado genera desengaño masivo, pérdida de confianza y pérdidas económicas importantes.
El despliegue real de la tecnología empieza tras la crisis, cuando se masifican, impulsando la productividad y el crecimiento. Además, esta fase se complementa con la regulación, lo que permite que los usuarios ganen confianza, potenciando el uso de la tecnología.
Pero con la IA la duda es si todavía estamos a tiempo de dejar atrás la euforia del enamoramiento y dar paso a la madurez del amor sin la desilusión de la crisis adolescente. Es decir, equilibrar el entusiasmo con un escepticismo razonable para mantener una mirada crítica y no dejarnos seducir por las modas y el fervor del momento. Y no perder mucha plata en el camino.
Quizás ayude en esta etapa separar la emoción del capital especulativo de los avances genuinos que, aunque lentos, son los que realmente aportan beneficios sostenibles. Una fase más prudente y pragmática donde las decisiones de inversión se caractericen por una contraparte real de la inversión que habilite el funcionamiento a gran escala y facilite un uso real por parte de los usuarios permitiendo un retorno real. Dejando de lado la ilusión del impacto mediático o lo que puede llegar a ser.
Y sí, ya sé. ¿Y si resulta que nos quedamos cortos y valía la pena arriesgar más? Cada uno sabe lo que hace con su bolsillo, y con su ilusión.
Los próximos meses nos dirán cuál es la brecha entre la euforia y la madurez y cómo vivimos esa transición. Si la IA cumple con lo esperado. Y si al aterrizar las expectativas, pudimos distinguir lo que aporta valor de lo que es una simple ilusión especulativa.