A cinco días del ataque a la casa de la Fiscal de Corte Dra. Mónica Ferrero, sólo ha podido imputarse a un periférico. Por lo que hasta ahora se sabe, la indagación en curso no es un éxito, igual que no fue un éxito la custodia que se le estuvo brindando a la finca hasta el domingo, con franquicia por atrás.
Ningún detalle debe pasarnos inadvertido. La afrenta se concretó en el domicilio personal de la señora Fiscal General, pero el ultraje nos lesionó a todos, no sólo como aviso de insurrectos organizados sino como atropello a una de las instituciones en que reposa el Estado de Derecho.
En el edificio constitucional de nuestra República, el Fiscal de Corte fue siempre una garantía última en todas las materias. Por algo para designarlo a él, y aun a los Fiscales en general, el numeral 13 del art. 168 de la Constitución requiere mayorías especiales. En consecuencia, la granada con que nos despertamos el domingo nos estalló a todos en la entraña de nuestra conciencia jurídica. Lo reflejó la unanimidad del elenco político en los conceptos desde los cuales condenó la canallada.
Ahora bien. Organizado desde la ley 19.334 como un Servicio Descentralizado de dudosa constitucionalidad, el Ministerio Público está hoy reducido casi exclusivamente al trabajo penal. Despojado de la prestancia de la Magistratura, rebajado a peón de brega jurídica al costado de la Policía, hoy luce como contrincante en indagación, litigio y comunicación y no como rector e inspirador conceptual del pensar jurídico del Estado en todas las materias. Y eso, que muy bien supo ser ayer, hace falta que regrese para el mañana inmediato.
Por tanto, el asunto no se arregla con un refuerzo de guardia ni se cierra con sólo encarcelar a los autores de la infamia.
Ya que por encima de contiendas, el Uruguay en esta semana ha evidenciado su íntima solidaridad sin fisuras, cultivemos y expandamos esa actitud, no sólo para enfrentar al crimen organizado sino para afrontar los grandes problemas que nos achatan y empequeñecen la vida.
Detengámonos en la lección de estoicismo de la víctima directa del horrible atentado. Por encima de la indignación y el miedo, la granada, los balazos y los vidrios rotos en su intimidad hogareña, la Dra. Ferrero ha respondido con una afirmación de valentía que merece apoyo, aplauso y admiración.
Todos somos portadores de valores. Todos somos convocados a luchar por ellos. A todos, la vida nos enseña que los valores sólo existen como conciencia en lucha, igual que el Derecho sólo existe como lucha por el Derecho -según, para siempre, nos enseñó Ihering.
Por eso, en las situaciones límites, hay una frontera final: la dignidad del protagonista, su amor a la función, el coraje con que resuelve erguirse por sobre su circunstancia.
Hoy ese heroísmo llano y de entrecasa se llama Mónica Ferrero. Nos recuerda que el Derecho se consagra y progresa por fatigas, arrojos y sacrificios que abren las rutas de cada generación, por encima de los derrotismos materialistas.
En un tiempo oscurecido por el relativismo y el olvido de los principios, nos ilumina con la vigorosa certeza de que no todo se transa, no todo se negocia y no todo sucumbe ante el poder o el dinero.