¿Habrá Coalición Republicana?

Hay una fortísima corriente de opinión en favor de armar una Coalición Republicana (CR) en todo el país para 2029-2030. Y si bien la herramienta parece virtuosa, hay que prestar atención a algunas dificultades que pueden complicar las cosas.

De entrada, lo obvio: no se pueden cambiar las reglas de juego actuales. Abrir un proceso de reforma constitucional que promueva cambios electoralmente favorables a los partidos de la CR precisaría, en contrapartida, ceder en dimensiones que beneficien al Frente Amplio (FA), ya que sin un gran acuerdo entre bloques es imposible pensar en el éxito de la ratificación popular de una eventual reforma. En concreto: alcanza con que a cambio de tal o cual propuesta de la CR el FA exija derogar el balotaje, por ejemplo, para abortar cualquier afán reformista. Y por menos de eso, ¿por qué habría de reformar el FA unas reglas de juego que le son hoy ampliamente favorables?

Luego, lo que debe implementarse es un gran acuerdo blanco-colorado nacional y departamental. Los colorados exigen que haya CR en todas partes para 2030: tienen razón, ya que es la manera de preservar su identidad, marcar su perfil y contribuir desde allí al triunfo conjunto en distintas partes. Por ejemplo: en Salto, con la victoria de la CR, formarán parte del gobierno de coalición a partir de julio; en Río Negro, como fueron los resultados del domingo pasado, si hubiera habido allí CR el intendente hubiera sido probablemente el colorado Carminatti. Naturalmente, los blancos deberán asumir que está muy bien el localismo, pero que está mucho mejor afianzarse en triunfos más amplios con una herramienta-lema que incluya a los colorados, con sus distintivos y sus agrupaciones, en favor de una votación común.

Si todo eso fluyera para las departamentales de 2030, resta pensar mejor lo nacional de 2029. Hay una visión que dice que la primera vuelta se transformó, de hecho, en una especie de sumatoria de doble voto simultáneo para la CR: es gracias a su diversidad de opciones presidenciales de octubre, que aritméticamente ella acumula más votos en lo global. Sin esa diversidad, habrá menos votos para todos. Hay otra que dice que ir todos juntos en un mismo lema, con una única fórmula presidencial blanco-colorada, por ejemplo, sería madurar una confluencia que permite ampliar ofertas, reformular sectores, cobijar nuevas expresiones y abrir así más opciones en favor de una gran coalición capaz de obtener mayorías parlamentarias (como podría haber ocurrido con los resultados de 2024, de haberse presentado bajo un mismo lema).

Todo esto forma parte de lo que blancos y colorados tendrán que negociar y acordar en estos años. Pero, además, para que la CR tenga éxito, no basta con aceitar la herramienta electoral. Se precisa una narración diferente a la que ha forjado a las identidades de ambos partidos por décadas: de la cooperación como posibilidad y la alteridad como esencia, los partidos tradicionales deberán pasar a concebirse como cooperantes por esencia y diferenciados por accidente. Es una tarea enorme, cultural y política. Ciertamente, no sobran quienes puedan llevarla adelante. Sin embargo, hay una gran ventaja: una enorme predisposición ciudadana para recibirla, aceptarla y legitimarla. Republicanos: a las cosas.

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