Para cualquiera que haya tenido uso de razón en el Mundial de México de 1986, los 6 goles de Dinamarca fue una herida al orgullo futbolístico nacional que sigue sin estar cerrada. Aquel gran equipo celeste luego empató su tercer partido, y tuvo la mala suerte de cruzarse con la Argentina de Maradona y quedar afuera en octavos, no sin antes dar un buen susto a Bilardo cuando entró a la cancha el gran Rubén Paz (por decisión de algunos jugadores en el banco de suplentes, y no del técnico).
La desazón fue tan fuerte como las quejas, las polémicas y el clamor popular que llevó obviamente a cambiar de técnico. Con Fleitas, en Buenos Aires al año siguiente, casi el mismo equipo le ganó a la Argentina campeona del mundo en el Monumental y se coronó campeón de América. En definitiva, los resultados mandaron, las pasiones se desataron, y nada de aquel proceso fue indiferente a una sociedad como la nuestra que desde siempre vibra con el fútbol: el relato ese que dice que la identificación con la celeste ocurre gracias al proceso Tabárez iniciado en 2006 es una ridícula ficción delirante.
Traigo esa historia porque me resulta asombroso cómo el país acepta, con muchas quejas sí pero sin cambios sustanciales, el baile que Estados Unidos propinó a Uruguay el pasado 18 de noviembre. Porque los gringos no tienen tradición en fútbol; porque no presentaron su mejor equipo; y porque hay que remontarse a un amistoso de 1979 contra Brasil en Río de Janeiro para encontrar un antecedente tan jodido de comerse así 4 goles en el primer tiempo. ¿Desde cuándo el fútbol uruguayo acepta un baile así propinado, en definitiva, por un cuadro medio pelo, y deja en su puesto a un técnico cuyas explicaciones parecen la caricatura típica del porteño psicologizado que lo único que le importa en verdad es seguir haciéndose millonario a costa de Uruguay?
Lo del fútbol nos ilustra un tema de fondo. Quitemos del medio cualquier suspicacia política partidista y aceptemos los hechos siguientes: hace 40 años que sabemos que nuestra pobreza infantil y mala educación popular nos impedirán alcanzar y sostener niveles de prosperidad mayores; hace 30 años que la involución en seguridad pública marca nuestra convivencia y las perspectivas actuales son que estará todo mucho peor; y hace décadas que sabemos que somos carísimos y que nuestro actual camino de ninguna manera nos conduce hacia una tasa de crecimiento del 5% de largo plazo que es la que precisamos para ser un país próspero.
Otros ejemplos podrían acumularse acerca de los signos de nuestros procesos de progresiva y al parecer ineluctable decadencia social, simbólica y cultural. Incluso en el fútbol, por cierto: los años 80 fueron los últimos de grandes triunfos internacionales acumulados, tanto de selección como de Nacional y Peñarol. Como en tantas cosas, los argumentos de nuestro pequeño tamaño y grandes dificultades económicas son sólo excusas. En verdad, se puede ser excelente en literatura, fútbol, música o cualquier asunto, siempre que ellos nos importen y les pongamos competencia, inteligencia, disciplina y exigencia. Que nos bailen con 5 goles y que todo siga más o menos igual muestra que vivimos entregados y que todo importa nada. ¿Gloriosa celeste?