Gardel y Le Pera

A raíz de los 90 años de la muerte de Carlos Gardel, nuestro colega Álvaro Ahunchain escribió una columna formidable en esta página sobre la otra muerte: la de Alfredo Le Pera, ocurrida en Medellín en el mismo accidente de 1935.

El tango de esplendor mundial, que cumple en esta década un siglo, no es sólo la expresión de un mundo urbano en crecimiento, con la integración social cosmopolita, el ascenso económico en base a esfuerzos inmigrantes, y los golpes propios de la vida: traiciones, desamores y crisis personales y sociales. Es también, implícitamente, la demostración cabal del enorme desarrollo cultural que hubo en nuestro Río de la Plata, tempranamente alfabetizado y a la vanguardia en el mundo hispanoparlante de aquellas décadas.

Le Pera no fue, en efecto, una casualidad. Como bien me reprendió una vez el ex -presidente argentino Duhalde, en una entrevista en la que le hice una pregunta que incluía una valoración de tono crítico sobre las élites argentinas de finales del siglo, no hay que equivocarse sobre aquellos protagonistas de la época de Roca y Latorre en adelante: fueron los más progresistas de la región, y forjaron países envidiables en su época. Progresistas en el mejor sentido: asegurando el orden social, abriendo las puertas a las inmigraciones europeas que se contaron por millones, y generando una institucionalidad educativa y política que encaminó todo aquello con éxito colectivo.

La dimensión envidiable ha sido dejada de lado por muchas narraciones de mitad de siglo en adelante, esas que transpiran toxicidades de matices marxistas y peronistas, con proporciones variables según la riba del Río de la Plata que la exprese, y que casi siempre han errado al diagnóstico sobre aquellas tremendas construcciones nacionales que culturalmente el triunfante tango acompañó. Es que alcanza con prestar atención a la arquitectura y al símbolo que son el Palacio Legislativo y el Palacio del Congreso, en Montevideo y Buenos Aires, o ver alguna foto del París o del Madrid de los años 1920, para darse cuenta del éxito comparado que vivía aquel Río de la Plata tan joven.

Le Pera no surgió de un repollo. Hijo de italianos del sur y nacido en camino a Buenos Aires en 1900, toda su formación es obra de la institucionalidad educativa pública argentina, es decir, de la temprana democratización de la cultura llevada adelante por aquellas élites de finales del siglo XIX que Duhalde, con toda razón, me defendió en aquel ya lejano verano de 2014.

Fue esa amplísima clase media, urbana y educada, la que luego ganó protagonismo en distintas áreas de la sociedad, y la que fue capaz de dar al mundo a un poeta popular de la fineza filosófica y hondura espiritual de Le Pera. Sin él, no hubiera habido Gardel, como bien lo señaló Ahunchain, porque al formidable cantor y a los acordes melodiosos que modulaba el bandoneón, le hubiera faltado el letrista genial que expresaba tan bien su época.

Obvia conclusión: para que haya nuevos Gardel y Le Pera célebres por el mundo, como requisito previo debe haber enseñanza popular amplia, de calidad y de largo plazo. Infelizmente, todos sabemos que eso no ocurre ya hace décadas. No estamos formando a los Le Pera del nuevo siglo. Los ojos de aquel Río de la Plata se cerraron, y el mundo sigue andando.

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