A pesar de todas las dificultades que nos genera nuestra condición de país en desarrollo con muy baja demografía, nos las ingeniamos para tratar de avanzar hacia el futuro persiguiendo las pautas más lógicas y convenientes.
En materia energética siempre arrastramos el lastre de ser importadores de hidrocarburos, lo que siempre condicionó nuestra economía a los enormes vaivenes de los mercados internacionales.
Pero la realidad ambiental planetaria está provocando un giro radical y también muy beneficioso. Porque las fuentes de energías fósiles, que tanto contribuyeron al desarrollo, al mismo tiempo iban socavando las bases de sustentabilidad ambiental, a través del calentamiento global.
Nuestra principal matriz energética de generación nacional fue la hidroeléctrica. Pero continuamos muy condicionados a que la movilidad general del país y de buena parte de la industria y la producción, dependa del uso de los motores de combustión, generándonos una fuerte dependencia de la importación de petróleo y sus derivados.
Con las contundentes señales del cambio climático, todas las naciones del mundo se han visto obligadas a reflexionar en profundidad sobre estos asuntos, redireccionando sus estrategias y modernizando sus políticas de desarrollo.
En ese sentido nuestro país ha hecho muy bien “sus deberes” porque el 97% de la demanda eléctrica nacional la cubre con fuentes renovables de energía. 45% proviene de las represas hidroeléctricas, 32% de la energía eólica, 17% de la combustión de biomasa y 3% de la solar. Solamente 3% de la corriente eléctrica que consumimos es generada en las centrales térmicas de respaldo (a combustibles fósiles).
Para tener una idea de lo que esto significa en el contexto internacional, podemos subrayar que el promedio mundial es muy diferente a nuestra realidad: 75% de la electricidad proviene de fuentes fósiles y solo 24% de renovables.
Dicho esto, pongamos el foco en nuestra actual dependencia importadora de los hidrocarburos.
La movilidad en nuestro país sigue siendo nuestro talón de Aquiles. El transporte de personas, de mercaderías, así como el funcionamiento productivo de muchos sectores industriales son los que nos obligan a seguir importando grandes volúmenes de hidrocarburos, absorbien- do el doble costo que ello implica: el económico y el ambiental.
La buena noticia es que esta situación está cambiando. Por ahora de manera muy lenta, pero la intención es acelerarla todo lo posible.
Se trabaja sin pausa en el fortalecimiento y la mejora de la política nacional enfocada a la transformación de la tradicional movilidad general del país a base de combustibles fósiles, a la eléctrica.
Hoy estamos inmersos en un proceso de evaluación e implementación de nuevos incentivos y beneficios diseñados para que el parque automotor nacional -público y privado- (transporte de personas y de mercaderías) se electrifique al máximo. De esa manera lograremos al unísono plena independencia energética, reducción de pérdidas de divisas, baja en los costes de transporte, y un considerable descenso de las emisiones de gases de efecto invernadero.