Furias extremas

Impresiona cómo, ante cada nuevo hecho en el mundo, las reacciones son cada vez más enfurecidas y radicales. Nada se analiza con racionalidad, sentido común y mesura. Los sucesos se condenan o justifican con una dureza que saca a luz odio e intransigencia.

Corren tiempos donde todo es extremo. Lo son las izquierdas, lo son las derechas, lo son los debates sobre lo social, lo religioso y lo cultural. No hay opiniones centradas y razonables y si alguien las expresa, es condenado por “tibio”.

José Antonio Kast, el presidente electo de Chile, es de derecha y de una derecha dura. A su lado, Sebastián Piñera era de centro. Pero aún es temprano para adjudicarle el prefijo “ultra” porque eso se verá en la acción. Podrá merecerlo un día, pero todavía nada lo confirma. Sin embargo, no faltó quien dijera que era un Hitler o un Pinochet. Kast será de derecha pero ganó en las urnas, no pretende perseguir opositores políticos, ni torturar ni matar disidentes. Nada indica que quiera seguir el camino de Pinochet.

El presidente colombiano, Gustavo Petro, lanza arengas contra Kast propias del siglo XVIII. Despliega un presunto coraje verbal que no pasa de ser pura parrafada. Lula en cambio fue más ubicado y saludó a Kast por su triunfo. En línea con Lula, el presidente uruguayo hizo lo mismo.

Para muchos, el mapa de América Latina quedó rasgado. Una grieta lo corta de forma definitiva. Avanza peligrosamente la ultraderecha dicen unos, retrocede derrotada la ultraizquierda dicen otros. Como si esto nunca hubiese pasado antes.

Corina Machado cree que la democracia le devolverá la libertad y la convivencia en paz a Venezuela y por eso le dieron el premio Nobel. Pero como se supone que es de derecha, está bien cuestionarla.

El problema no es Corina, es el dictador Nicolás Maduro que sigue aferrado a su trono. La dictadura lleva un cuarto de siglo, la inició Hugo Chávez y la consolidó Maduro. Su principal apoyo viene de Cuba, que se metió en el sistema chavista para blindarlo. Eso sí fue una forma eficiente de intervención de un país extranjero en asuntos venezolanos.

El canciller uruguayo opinó que otorgarle el premio a Corina Machado no sirvió para bajar las tensiones. ¿Es ella quien debe hacerlo? La tensión seguirá mientras mande Maduro, que solo sabe atizar el fuego y multiplicar el odio.

La escalada contra Maduro llevada por un imprevisible Donald Trump causa razonable preocupación. Pero el problema en Venezuela no es Trump, sigue siendo Maduro, su régimen autoritario, su pésimo manejo del país, los siete millones de venezolanos que se fueron, la falta de libertad, la violación de derechos humanos y el horror que viven los presos políticos en la infame prisión chavista del Helicoide.

Maduro no se irá por las buenas. A Machado se la crítica por “ser golpista”; no lo es, pero sí quiere algo legítimo: que caiga la dictadura. Todos los intentos de negociar una salida solo sirvieron para fortalecer al chavismo.

También se le critica a Corina Machado que se apoye en Trump. Es verdad, no es el aliado ideal. Pero también es verdad que nunca encontró apoyo en otros países de la región. No en Lula, no en Orsi, y menos en Mujica. Algo, nadie sabe bien qué, parecen deberle al chavismo.

También lo de Australia dio para lecturas retorcidas. Cuesta admitir que lo ocurrido es la expresión más vil del antisemitismo, el resultado de una prédica que, posando de pureza política, es expresión de un odio rancio. España, Países Bajos, Eslovenia, Islandia e Irlanda no irán a Eurovisión 2026, el festival de la canción, porque Israel estará representada y debería ser echada.

Se suman los gestos de odio y después el mundo se sorprende ante ataques como los del sábado pasado. Hay quienes quieren hacer creer que esa violencia es resultado de los horrores cometidos por Israel en Gaza, calificados por algunos de “genocidio”. El relato de esa terrible guerra se construyó desde el antisemitismo para alentarlo aún más. Israel, el país agredido, es presentado como el agresor porque ya nadie recuerda la masacre de octubre del 23. Se olvida que el campo de batalla lo eligió Hamas que nunca dejó de lanzar misiles a Israel ni responder a los avances de sus tropas. Sin embargo, la guerra fue mostrada como de un único bando: solo había soldados israelíes peleando contra nadie.

A Hamás no le importó la suerte de los gazatíes: actuó desde hospitales y escuelas, manipuló el reparto de alimentos y medicamentos. Pero la cuenta de muertos se adjudica solo a Israel. Y mucha gente compró ese relato impuesto por Hamas. Pedir la paz en Medio Oriente, para esa gente fue una forma de alinearse con Hamás.

Tras la pandemia, el mundo se complicó aún más: las guerras, los populismos autoritarios de izquierda y derecha. Todo se discute en términos extremos, desde un radicalismo malsano que alimenta nuevos dogmatismos que horadan la libertad, anestesian las mentes y obligan a convivir en un estado de permanente crispación.

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