Far west digital

Si preguntamos a Google o Meta sobre cualquier tema, por más complejo que sea, demorará escasos instantes en respondernos con lujo de detalles. Sin embargo, si efectuamos una denuncia por uso indebido de imagen para estafa en sus plataformas, lo más probable es que caiga en saco roto.

Hace poco vi en Instagram un posteo insólito, donde habían truchado, mediante el recurso deepfake, la imagen y voz del querido actor Cacho de la Cruz, para hacerle decir que usaba una crema supuestamente milagrosa, creada nada menos que por el Dr. Álvaro Villar. La fábula incluía también declaraciones truchas de este reconocido profesional y de un periodista de VTV Noticias. Era de una estupidez tal que superaba los márgenes de lo creíble, aunque resultaba preocupante que apelara a un público de mayor edad, justo quien está menos habituado a esta clase de estafas digitales.

Ayer le envié a mi amigo Jaime Clara otro engendro en que usan su imagen y la del presidente Orsi para avalar una fantasmada de criptomonedas. Me respondió que detectó ese fraude hace ¡dos semanas!, hizo la denuncia pero el timo sigue divulgándose.

Desde hace años se repiten estos delitos impunes, utilizando la imagen de políticos, futbolistas, artistas, comunicadores, científicos, quienes lo advierten en las mismas redes pero no logran con ello detener la mentira, porque los estafadores eliminan esos perfiles, crean otros nuevos y la siguen difundiendo. Incluso la infiltran a través de Google Ads en las plataformas de medios de comunicación serios.

Consulté al ChatGPT cómo se hacía para detener esta chantada y la respuesta que obtuve fue desalentadora: es imposible, dada la cantidad monstruosa de información que se carga cada minuto en todo el mundo. Admitió que cuando el ciudadano común intenta denunciarla, se enfrenta a una serie de formularios inútiles, sin rostro ni respuesta, ingresando así en un “laberinto opaco, dramático o tragicómico, mientras los estafadores siguen multiplicándose con impunidad”.

Me hizo gracia el concepto que inventó este instrumento de IA para describirlo: me habló de un “Kafka digital”.

Si algo caracteriza a los Google, Youtube, Whatsapp y compañía, es que son muy eficientes en rapiñar pautas publicitarias a los medios serios, pero a diferencia de estos últimos, más que descuidados en el control de lo que publican. Crearon un negocio basado en publicidad barata que les resulta redituable por su masividad, y cuanto más material suba la gente mayor será el número de clics de los usuarios y con ello facturarán más a sus anunciantes. No es casual que, a principios de este siglo, la pauta digital representaba el 20% de la inversión publicitaria, y hoy haya trepado hasta el 70%.

Esta circunstancia ha podido mitigarse en algo en Europa, donde una Ley de Servicios Digitales aplica multas directamente a las plataformas por acoger estos fraudes. Pero países como el nuestro, donde no hay una legislación severa ni podría haberla (se sabe que los yoruguas dependemos más de las plataformas que ellas de nosotros), más que equiparables a Kafka parecen serlo a un Far West digital, donde todo vale y nadie da la cara.

Si tan rápidos son para generar respuestas de inteligencia artificial, podrían aplicar esa eficiencia en detectar y bloquear inmediatamente las estafas. Pero sería pedir peras al olmo.

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