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Estocolmo, tibios y educación

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Todos no somos iguales. Hay niños inteligentes, y niños que no lo son. Hay niños trabajadores, y otros que no lo son. No puedes tratar igual al niño brillante, que mañana puede ser el que haga el mundo mejor para el resto, que al que se niega a estudiar o no tiene el talento suficiente.

Todos deben tener las mismas oportunidades. Pero una vez que están todos en el sistema, al brillante, empújalo. Y al que no lo es, ayúdalo. Pero no intentes rebajar al brillante a la altura del mediocre, porque te los estás cargando a todos”.

La frase pertenece al escritor español Arturo Pérez Reverte, y es de una contundencia como un mazazo. La cita calza justo, además, ya que esta semana se supo que entre las cosas que podrían cambiar en el marco de esta reforma educativa, es el sistema de calificaciones.

“Puede estar sobre la mesa suprimir el 1 al 12”, dijo el presidente de ANEP, Robert Silva. “La repetición seguirá existiendo”, pero “van a aumentarse las estrategias de prevención temprana al no cumplimiento de logros”.

Más allá de la terminología rebuscada, parece claro que los cambios van por el camino de hacer menos cruento el sistema de evaluación. Hay un par de detalles llamativos en torno a esta noticia.

Primero, que es de las pocas cosas de fondo que más o menos se ha ido comentando sobre este tema. Tanto a nivel político como periodístico llevamos meses hablando de lo que dice el gremio tal, el sindicalista cual, el diputado opositor mengano o el oficialista sultano. Pero casi nada sobre cómo afectarán estos cambios a niños, padres, y a la sociedad.

A ver... es difícil evitar eso cuando tenés a personajes como la gremialista de ADES Camila Menchaca que se sube a un estrado y dice que “esta reforma es antidemocrática, es de espalda a nosotros, es para hacer que los y las hijas de los trabajadores se conviertan en mano de obra barata”. Ay, Camila, Camila... Hoy más de la mitad de “los y las” hijas de los trabajadores no terminan el liceo, y los que lo hacen, tienen problemas enormes para entender un texto. ¿Qué crees? ¿Que van a ir a trabajar a la NASA?

Pero hay otra cosa, ¿quién quiere mano de obra barata? Ni en China tiene uso ya la mano de obra barata. ¡Para eso hay máquinas! Bajate del pedestal, sacate la venda sepia esa ideológica, y date cuenta ... ¡Ta! No vamos a seguir con lo que estamos criticando.

El segundo elemento llamativo de las declaraciones de Robert Silva, es que deja en evidencia qué tan marcado está este debate por complejos ridículos.

Silva es hoy la cara de la reforma. Y ha sido demonizado, caricaturizado, y puesto como una especie de ogro neoliberal insensible. A la vez que sindicalistas y senadores del FA afirman que los cambios son para desmantelar el sistema solidario y maravilloso que tendríamos. Pero cuando uno ve algunas cosas de la reforma, y las posturas de quienes la empujan, resultan que son de una moderación que no condice mucho con la gravedad de la situación actual. Ni con la furia de los opositores. Es como que todos los que están en ese mundillo, viven acomplejados y pidiendo perdón a los cuatro dementes que quieren que siga todo igual.

Esto es en particular chocante en el caso de los expertos que intentaron llevar adelante algunos cambios en el gobierno pasado, y que luego, cuando los gremios ganaron la pulseada, fueron echados como perros por el presidente Tabaré Vázquez.

Pese a eso, pese a que dedicaron la vida a la educación, y saben que tenemos un desastre y que este gobierno intenta hacer algo en línea con lo que ellos saben que hay que hacer, tienen una especie de síndrome de Estocolmo, por el cual viven justificándose. O teniendo actitudes ridículas como en algún momento criticar cosas de la LUC, para mostrar que siguen perteneciendo al lado de los “buenos”.

En una muy interesante mesa redonda organizada por el CED, Adriana Aristimuño, tal vez la técnica que más sabe del tema en Uruguay, decía que “el sistema educativo en Uruguay padece ensimismamiento”. Es una forma elegante de decir que se pasan mirando el ombligo.

El tema es que acá estamos ante un problema que no es solo del “sistema educativo”. Es un problema que nos afecta a todos los uruguayos. ¿Cuántos de esos pastabásicos que vegetan en la esquina, cuántos de esos presos que se pudren en vida en el Comcar, son producto de un sistema educativo que está atrasado medio siglo? Si el sistema económico “normal” a la gente le da como máximo horizonte ser cajero o seguridad (mientras duren esos trabajos) ¿cuánto más aceptable es sumarse a la “barra” de la esquina, “cuidar” autos o requechar contenedores?

Las encuestas y las urnas mostraron que los uruguayos quieren cambios de fondo en la educación. Parece claro que hay que sacar la mirada del ombligo, y avanzar en serio. Si no, como dice Pérez Reverte, “te los estás cargando a todos”.

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